Capítulo 30

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Desde su marcha, el ambiente se había enrarecido, incluso el cielo se había encapotado más, vaticinando de que podía haber una tormenta dentro de poco. Era eso o las palabras de su amigo que le habían traído el helor. Ni siquiera cuando la puerta se abrió, se inmutó de su sitio; clavada en la silla.

Solo cuando notó una sombra oscura ceñirse sobre ella, levantó el rostro y el corazón le dio un vuelco al verlo. Intentó mantener una expresión neutra, que no le indicara que  estuviera afectada, pero el rastro de sus lágrimas era una prueba evidente de que no había sido indiferente a la visita de Harold. Hasta le levantó la barbilla con sus dedos, sintiendo firme su sujeción.

- ¿Ha sido agradable la visita? – su voz despedía una indiferencia ponzoñosa.

- ¿Quién se lo ha dicho? – se rompió el contacto y se alejó de ella -. Acaba de irse.

No hacía falta saber quién había sido la persona que le había informado. Le vino a la cabeza, el mayordomo. Era leal a su marido, normal que se lo hubiera dicho.

- ¿Es relevante quién me lo ha dicho y no lo que ha sucedido entre mi esposa y lord Harold? Muy astuto de su parte querer desviar la atención desde un principio, pero he de decirle que no soy tan ingenuo como ha pensado.

- ¡No era mi intención! Se lo iba a decir que había estado aquí. ¿Qué ganaría yo al no decírselo?

Tiempo, tiempo a pensar... tiempo a que no ocurriera una desgracia.

Su aclaración cayó en un saco roto.

- ¿Y bien? – no se mostró benevolente con ella.

- ¿Qué? – pestañeó confundida.

- No me ha respondido, ¿qué ha sucedido aquí? ¿No me dirá que le ha restregado su traición como cuán reina regia y altiva, ofendida porque su amorcito no supo mantenerse fiel?

Frunció, dolida con su comparativa. No era así, aunque su intención había sido vengarse de su amigo.

- Nos hemos despedido, no ha habido nada más.

Una risa histriónica estalló, sacudiéndola y encogiéndose, denotando culpabilidad. La risa se apagó tan rápido como vino y sintió las manos masculinas agarrando sus brazos, haciéndole daño.

- ¿Por qué no me ha mirado cuando lo ha dicho?

Le miró, confundida y dolida.

- No soy de hielo, ¿entiende? – le intentó apartar de ella, empujándolo -. Aún tengo sentimientos por él, pese a que me ha hecho daño.

- ¿La ha besado?

Su pregunta fue un latigazo a su corazón.

- ¿Qué más da si lo ha hecho? ¿Acaso le dolería? ¿Le dolería que lo hubiera hecho, si nunca se ha interesado por mí?

- Dime la verdad – notó que estaba controlándose, e intentaba no golpearla, se lo decían sus ojos, enfurecidos porque Edward había estado en su casa -. No juegue conmigo.

- No irá a por él, ¿verdad?

Sus últimas palabras la sentenciaron. Jadeó cuando se apartó de ella bruscamente, y se encaminó hacia la puerta, con la rabia dominando cada acción de su proceder.

- ¡Myers!

No la escuchó y lo siguió hasta que lo vio intercambiar alguna orden con el mayordomo, que asintió.

- ¿Por qué va a buscarle? Nos hemos despedido, no va a venir más. No nos molestará.

Se puso el sombrero y cogió su bastón, ignorándola.

- Voy a devolverle la visita que le ha hecho, querida, y darle mis saludos.

No le creyó por un segundo, se acercó con pies de plomo.

- No lo hará.

Una sonrisa se dibujó en sus labios, fría y maliciosa.

- Entonces, ve buscando un vestido bonito que pueda lucirlo para el entierro.

- ¡No! – iba a impedírselo cuando se encontró con la puerta cerrada.

No pudo avanzar más porque alguien la sujetó, deteniéndola.

- ¡Lo va a matar! ¡Qué alguien haga algo, por favor!

Pero nadie hizo nada, un agujero negro se extendió a sus pies.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora