𝓊𝒷𝒾 𝓂𝑜𝓇𝓈 𝒾𝒷𝒾 𝓈𝓅𝑒𝓈

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Dónde está la muerte, está la esperanza


Un sonido inusual.

El de las aves mañaneras con su canto apenas saliendo el sol.

Jeonghan se recostó del otro lado, sin abrir los ojos, disfrutando la manera en la que su rostro se hundió en las cálidas sábanas puesto que sintió el fresco de la mañana.

Se acomodó debajo de las colchas, las aves seguían cantando y la luz entraba directamente, así que hizo un chasquido con la lengua. Era su culpa por haber elegido mudarse a aquel departamento con los árboles altos que daban a la ventana de su cuarto.

Pero aún no quería despertar, a pesar de que Galatea le pediría de comer porque ella se levantaba más temprano que él. Incluso Seungcheol le había dicho que era más flojo que su propio gato. Y hablando de este último, de seguro ya le había mandado su mensaje diario de «Buenos días, Han, come algo antes de ponerte a fumar».

Y él tendría que responderle con «Un café, ya sabes que es lo único que mi estómago soporta en la mañana».

Lo usual. Se tendría que levantar y caminar descalzo hacia la cocina para encender la cafetera, leer el periódico en su tableta y prepararse para ir a un nuevo día con sus estudiantes en la universidad.

Las aves siguieron cantando. Se escuchaban demasiado cerca, incluso más de lo que solían hacerlo en su habitación. Casi como si estuvieran dentro con él, obligándolo a despegarse de la cama.

El chirp-chirp se escuchó demasiado cerca y Jeonghan cayó en cuenta. Se enderezó de golpe, quitándose las colchas de igual manera. Esa no era su habitación, claramente. Y la maldita ventana estaba entreabierta, donde en el alfeizar, un gorrión salió volando cuando vio que el hombre se movió. Sólo escuchó su huida por el sonido rápido de sus alas.

Toda la ilusión se fue y la realidad cayó como un yunque sobre él.

Sin embargo, ese lugar era nuevo. Una habitación a la que le entraba toda la luz del sol al tener las cortinas abiertas. Al pie de la cama. De igual forma, un escritorio en el lado contrario de la pared. Perfectamente ordenado y que parecía no haber sido utilizado en bastante tiempo.

El piso era de madera y había un clóset a su izquierda. Alzó la vista y en la pared que le daba la espalda, en donde estaba recargada la cabecera de la cama, había estantes, los cuales no pudo ver su contenido por sólo ser capaz de visualizar la parte inferior.

Pero lo que sí pudo ver fueron los insectos disecados y tras las cajas de vidrio como si fueran una decoración. Una exhibición.

Un Wunderkammer¹ entomológico, pues no sólo había lepidopteros, también coleópteros, anisópteros, incluso dipteros.

Claro que las mariposas diurnas abundaban y sus colores parecían una fotografía en 3D, cuando en realidad era el trabajo delicado de alguien que conoce lo que hace.

Eso era un insectario con cuadros individuales.

Jeonghan agradeció no ver ningún arácnido disecado al menos, eso lo hubiera puesto mal, temía que su fobia estuviera ya agravada sin reparo.

Las paredes de la habitación de dónde colgaban esos "cuadros" tenían un empapelado viejo. Todo en aquel cuarto olía a una nostalgia que conocía bien: la de la niñez.

Podría ser que, incluso a pesar de no tener nada que pudiera delatar que aquello era o había sido de un niño, todo el pasado estuviera impregnado en ese lugar. Cómo algo que sabes a un nivel inconsciente.

Manía (JeongHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora