Nunca imaginé que una fecha en el calendario pudiera tener tanto peso. Está ahí, marcada con rojo, como si fuera un simple recordatorio de algún examen importante o un evento al que ya no quiero ir. Pero no. Esta fecha significa algo más. Es mi fin. Lo curioso es que, incluso ahora, mientras me imagino la libertad que vendrá con ella, no siento nada. Cero. Vacío total. Ni siquiera tristeza.
Camino por los pasillos de la universidad como si fuera un fantasma. Nadie nota mi existencia, y supongo que nunca lo hicieron. Un chico me empuja sin querer mientras revisa su celular. No se molesta en disculparse. Perfecto. Sigo andando, como siempre. Estoy tan acostumbrado a ser invisible que a veces dudo si realmente estoy aquí.
Al llegar a clase, me siento al fondo, como siempre. Ni siquiera intento participar, no miro al profesor. No tiene caso. Las palabras entran por un oído y salen por el otro. Me recuesto contra el respaldo de la silla y fijo la vista en la ventana, donde la lluvia golpea con insistencia. ¿Cuántas veces habré soñado con ser una de esas gotas? Que simplemente caen, se estrellan y desaparecen. No sufren. No sienten. Solo... terminan.
—Daniel.
Levanto la vista. El profesor me está mirando, claramente irritado por mi falta de atención. Me pregunto cuántas veces ha repetido mi nombre sin que yo lo escuche.
—¿Sí? —murmuró.
—¿Podrías repetir lo que acabo de decir?
Su tono está lleno de autoridad, como si su pregunta fuera de vida o muerte. Claro, repetir lo que dijo en clase de historia es lo más importante que tengo que hacer hoy. Miró a los demás estudiantes; algunos se ríen, otros me miran con lástima, y unos pocos solo esperan mi respuesta, entretenidos por mi incomodidad. Lo normal.
—No... —mi respuesta es tan suave que apenas se escucha.
El profesor suspira, con esa típica mirada de "este chico es una causa perdida". Me observa como si estuviera evaluando si vale la pena seguir insistiendo.
—Tómate la molestia de prestar atención, al menos hoy —responde antes de darme la espalda.
Podría jurar que una sonrisa amarga cruza mi rostro. "Al menos hoy." Claro, justo hoy voy a empezar a prestar atención a la vida. Seguro.
Miró el reloj. Faltan exactamente dos semanas para que llegue mi fecha. La que he planificado durante meses. Todo está listo. Cada detalle. Hasta escribí una nota. Breve. No me gustaba la idea de una larga explicación. Solo tres palabras: "Lo siento. Adiós".
La clase termina, y los demás estudiantes salen rápidamente, como si escapar de este salón fuera de lo más importante del mundo. No los culpo. Me levanto con lentitud, colgándome la mochila al hombro. Un dolor leve se extiende por mi espalda, pero apenas lo noto. El entumecimiento mental es peor.
De camino a la salida, me cruzo con Laura. Una compañera con la que, de alguna manera, solía hablar en los primeros semestres. Hoy, no intercambiamos ni una palabra. Se limita a pasar junto a mí, ajena a mi existencia. Curioso, ¿no? Cómo una persona puede pasar de ser alguien con quien compartes tus días a alguien que ni siquiera voltea a mirarte.
Una risa me interrumpe. Al fondo del pasillo, tres chicos se están burlando de un tipo más pequeño que ellos. Un día cualquiera en esta maldita universidad. Los observo por un segundo, esperando sentir algo. Indignación, ira... lo que sea. Pero nada. Lo mismo de siempre.
—¡Eh, Daniel! —grita uno de ellos, dirigiéndose hacia mí con una sonrisa socarrona.
Giro lentamente, porque ¿qué más podría hacer?
—¿Por qué no vienes y nos muestras cómo ser tan... calladito? —dice, acercándose lo suficiente para invadir mi espacio personal.
No respondo. Ni siquiera me molesto en mirarlo a los ojos. Mis músculos están tensos, pero mi mente sigue en blanco. Están esperando una reacción, cualquier cosa que los motive a seguir. Pero no se las voy a dar. No tiene sentido.
—Déjalo, este ni se molesta en defenderse. Está muerto por dentro —agrega otro, riendo entre dientes.
Me doy la vuelta y sigo caminando. Ellos también se alejan, murmurando entre sí. No importa. Nada de esto importa. Estoy en piloto automático, un robot más en esta fábrica de almas rotas.
Llego a casa y abro la puerta con la misma sensación de siempre: el peso sofocante del lugar. Mi madre está en la cocina, gritando algo sobre la cena. Mi padre está en el salón, mirando la televisión como si no existiera nada más en el mundo. Genial. El ambiente perfecto para otra tarde de silencio incómodo.
Me encierro en mi habitación y dejo caer la mochila en el suelo. Me dejo caer en la cama y cierro los ojos, tratando de no pensar. Tratando de no sentir. El calendario está sobre mi escritorio, y esa fecha marcada en rojo me llama, como un recordatorio constante de que, muy pronto, todo terminará. Ya no habrá más dolor, más vacío, más... nada.
Respiro hondo y dejo que el aire se quede atrapado en mi pecho por unos segundos. Mi corazón late, pero no lo siento. Es como si cada parte de mí estuviera congelada en el tiempo, esperando ese último momento. A veces, pienso en cómo reaccionarán cuando me encuentren. Si será mi madre la que me descubra primero o tal vez mi padre, distraído, tropezará conmigo mientras busca el control remoto. No lo sé. Tampoco me importa.
Quizás lo más irónico es que no tengo miedo. El miedo sería sentir algo, y yo ya no siento nada. Ni siquiera rabia. Bueno, tal vez un poquito de rabia, pero está enterrada bajo capas y capas de indiferencia.
Saco mi teléfono y reviso mis mensajes. Nada nuevo. Nadie ha preguntado por mí en días. Supongo que a nadie le importa si desaparezco. Si fuera alguien más, quizás hasta habrían organizado una fiesta sorpresa para mí. Pero claro, soy Daniel. El chico que nadie recuerda.
Me recuesto otra vez. El techo es tan blanco que parece estar burlándose de mí. En algún momento, mis ojos se cierran. Y ahí, entre el sueño y la vigilia, esa fecha sigue brillando en mi mente, como una luz roja que no puedo apagar.
"Dos semanas", me repito.
Dos semanas más y todo esto será solo un mal recuerdo.
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¡Gracias por acompañarme en este prólogo!
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10 RAZONES PARA NO MORIR [COMPLETA]
SpiritualDaniel, un joven de 20 años, está cansado de vivir. El constante bullying en la universidad, los problemas familiares y su batalla diaria con la depresión y la ansiedad lo han llevado a la conclusión de que su vida no tiene sentido. Desconectado del...