Un adelanto

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Como una sombra más de la habitación, observó el sueño tranquilo de su esposa, ignorando su presencia en la habitación. Aun se sentía como un intruso, un extraño de su propio hogar. Desde que se fue, no había tenido el pensamiento de regresar tan pronto. Aún estaba inestable, inseguro y dolido, aunque hubiera pasado días de por medio, kilómetros de distancia.

Creyendo que lo había superado, estando lejos de ella y de su influencia sobre él, sus esquemas se volvieron a romper cuando recibió la nota, reclamando su presencia; lady Myers esperaba un hijo de él y no debía estar más tiempo ausente.

Era imperativo que regresara.

Ahí estaba, sintiendo que la vida lo volvió a golpear, ajeno a sus deseos y a esa paz que quería alcanzar.

La noticia de un hijo le había aterrado más que alegrado. La dicha era ensombrecida por el miedo de ser un inepto padre. No estaba preparado... no entraba en su mente cuando otros recuerdos del pasado eran más poderosos que el presente, haciéndole olvidar los sentimientos que se habían estado gestando dentro de él, por su esposa.

Si sigues así, no llegarás a ser un hombre como Dios manda.

Por más que intentara superarse, lograr las mejoras notas; las alabanzas de los diferentes tutores que habían desfilado por su vida; montar bien en el caballo,... su progenitor no llegó a estar orgulloso de él. Nunca lo estuvo, ni hasta el día de su muerte.

Pero aún no había nacido, no había que temer. No había que temer de sí mismo. Inspiró hondo y volvió su mirada indiferente hacia ella, a esa joven que no dudó en proponerle una alianza para vengarse de su amigo, mas no había tardado en ir a su lado cuando creyó que había muerto. Los sentimientos habían hablado por ella, eligiéndolo por encima de su esposo que le debía guardar lealtad, por encima del supuesto odio que le había tenido tras su engaño. Un odio que camuflaba el verdadero sentimiento. El amor. No habían servido esos dos días compartidos de matrimonio para demostrarle que podía confiar en él.

No habían servido, como arena que se deslizaba entre los dedos acabando en el mismo lugar.

¿Para qué? ¿Si ante sus ojos, era el niño que lastimó e insultó a Edward, su vecino y eterno rival? No podía culparla, si era la imagen que él había creado con tanto ahínco, queriendo que el otro desapareciera del mapa.

No podía cambiarlo, ni se arrepentía, tampoco.

Edward hubiera sido el hijo ideal para su padre.

Hasta alguna vez se preguntó si alguien había intercambiado a los bebés cuando ambos nacieron, qué casualidad fue el mismo día. Pero no fue así, porque luego con el paso del tiempo, se demostró que era una copia idéntica al antiguo lord Myers, había heredado su físico como su carácter. Pese a ello, no fue lo suficiente para que su padre se enorgulleciera de él, para ganar su respeto y cariño.

A sus ojos, incluso estando muerto, fue una decepción para él.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora