El día

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La ofrenda de tres niveles era más alta que yo, tenía de todo: tamales, mole, hojaldras, mandarinas, dulce de tejocotes, chocolate, flor de muerto y hartas cosas. El olor de copal llenó la casa, pareciera que de pronto mi hermanito fuera a salir de las cortinas de humo que se formaban en las puertas. A medio día el altar tenía más luz que en la mañana. Yo puse los juguetes que más le gustaban, los carritos y los bloques de madera. Estaba mirando la foto gris cuando llegó la Martina.

—Dice la Jacinta que te espera en el camino que va pa'l río, por detrás del convento, su mamá le dio permiso de ir a ver a la Teresita, pero no va a ir con ella, te quiere ver a ti.

Yo rápido pegué el salto, se me revolvieron las tripas y de nuevo ese cosquilleo me subió hasta la cabeza.

—Ya voy ahorita, le aviso a mi amá que iré con el Ramiro, que también vive por ahí.

—No, tonto, más tarde, después del rezo de las cuatro, la Jacinta le tiene que rezar a su abuelita. Ya me voy, nomás vine a decirte, le dije a mis papás que iba a la tienda. Ten cuidado por ahí del camino del río, esta feo el camino.

—No me va a pasar nada, pa'lla íbamos yo y mi hermanito, que en paz descanse, y nunca nos pasó nada de nada.

—Ta bien, ya me voy pues.

La Martina salió de mi casa y yo me quedé todo encantado, estuve esperando harto tiempo pa' ver a la Jacinta, si por mi fuera la vería todos los días. Le diría a mi amá que se la trajera a vivir con nosotros, o yo me iría a vivir con ella, pero su apá yo creo que ni dejaría que me le acercara, menos su amá, son re enojones y todos les tienen miedo.

Pasaron las horas bien lento, como si diosito me castigara alargando cada segundo. Bueno, pasó el rezo de las cuatro y nomás la rezandera dijo amén y yo le pedí permiso a mi amá pa' ir con el Ramiro.

—Pero si la familia del Ramiro fue a Sen Jerónimo. —Me dijo mi amá medio enojada porque tenía que hablar con la rezandera y yo la interrumpí.

—¡Ah si cierto! Bueno, voy al mercado ahí van a estar los de la escuela. Vamos... A cambiar dulces. —Le sonreí todo falso, las manos me sudaban, ya me urgía ver a la Jacinta, pero harta pena que me daba decirle, además de que nunca estarían de acuerdo de que me casara con la Jacinta. Bueno, ya lo platicaría mejor después, cuando me diga que sí la Jacinta.

—Córrele pues, ya vete. —Me dijo medio en regaño. Ni me despedí de la rezandera ni de las demás comadres de mis apás.

Ahí iba yo, con una sonrisa que ni el diablo podía borrar, sobándome la panza pa' que se calmaran las cosquillas. Me pasé las manos por el cabello y me alisé la camisa. Llegué al convento y di la vuelta por el camino del río. No había nadie, todos andaban en sus casas con lo de las ofrendas, en los rezos y las misas. Los campos, que hace tres días estaban re tupidos de flor de muerto, ahora parecían el mero desierto. El aire iba fresco, medio frio, soplaba fuerte, como trayendo a las ánimas, si, el aire de las ánimas, así le decían en el pueblo, a ver si no andaba por ahí el Chuchito.

...

Me senté bajo la sombra de un árbol en el camino. Con una vara me puse a dibujar en la tierra una flor, luego un corazón, intenté hacer un caballo como los del apá de la Jacinta, pero salió re feo y lo borré, quería que ella viera que si sabía dibujar.

—Hola.

Fue la dulce voz de un angelito. Me quedé como piedra, pero me volteé rápido y la vi, tenía un vestido morado, con un moño naranja a la cintura, decorado con flores de muerto bordadas alrededor del cuello, las mangas y el borde de la falda del vestido. Un par de broches de catrina sujetaban sus cabellos largos. Su boquita era como una manzana lista para comer. Y sus ojos ¡ay! Como me mareé cuando los vi, hasta se me amarró la lengua.

La Jacinta y los demonios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora