Capítulo 34 (breve)

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Lo que no había llegado a imaginar, ni en sueños, ni tan profundos como el que estaba en ese momento después de un día que las náuseas se hubieran acentuado, más cansada de lo normal, era que su esposo estuviera en el dormitorio, a unos pasos de ella, observando su sueño.

Unas horas antes, no pensó que fuera a venir, ya había perdido la esperanza, dejándola sola con el embarazo. Había desechado su regreso entre sentimientos encontrados, navegando entre la ira y la decepción, para luego combatir con un nuevo frente, contra la nostalgia. Estaba sensible y no podía detener tales sentimientos, más que nunca a flor de piel. Quería llorar y gritar hasta quedarse afónica. Pero no gritó, mas si lloró, hecha una magdalena en muchas de las noches solitarias. Salvo que esa noche no fue tan solitaria como otras. Algo le hizo despertar con la mente embotada, fruncir el ceño o la nariz cuando sintió el impulso de inclinarse al notar un sabor subirle por el gaznate. Anticipándose porque sabía lo que le iba a acontecer, cogió la palangana que su doncella amablemente le había dejado por si ocurriese una emergencia como aquella, dándole tiempo a depositar el poco contenido que había llegado a contener en su estómago y que ahora no era nada, solo un líquido agrio. Una mueca se dibujó en sus labios, sintiendo el hilillo del vómito recorriendo por su barbilla. El esfuerzo la dejó más agotada que otra vez. No esperó que destellara la luz de un candil, bajó la palangana porque no creía que tuviera el dominio de sus sentidos. Lo que le urgía era limpiarse y, para ello, necesitaba que la cabeza no le dieras vueltas. Un frescor notó en la piel que la hizo suspirar; mas no abrió los ojos entregándose a ese alivio, deseando que durara. El paño húmedo recorrió por su barbilla, limpiándola y refrescándola como agua que caía en tierra seca.

- Gracias – creyó que sería su doncella, que amablemente se había quedado en el dormitorio -. Una no sabe cuando estar en alerta y cuando va a parar.

Pestañeó al sentir que podía abrir los ojos y no girar sobre sí misma. La miró, esperando a ver el rostro de la joven, cuando se topó con otro que había estado segura de no volverlo a ver más. Su iris celeste chocó con el suyo, provocando que un latido se le saltara; uno, dos o tres latidos más...

¿Era real?

Antes de que pudiera detener el torrente de sus emociones, se sintió abordada por él, zarandeándola como una hoja al son del viento. Estaba enfrente de ella, ¿y no iba a decir nada? Se abalanzó hacia él y le golpeó con sus puños. La distancia que había puesto, aunque le hubiera dado motivos, le había dolido y que estuviera allí, como una estatua, le escocía.

- ¿No me va a decir nada?

Poco a poco, el cansancio fue haciendo mella y cayó sobre él como una muñeca, con las lágrimas rodando por sus mejillas como ríos incontrolables.

- ¿Por qué me mintió? ¿Por qué? Edward no estaba muerto, ¿con qué ganaba diciéndome que lo estaba?

Myers apretó los labios en una línea fina, intentando controlarse; pero acabó meciéndola pese a que había sido un malnacido, obligándola a elegir tras enterarse que Harold la había visitado. Percibió que la respiración de su esposa era más pausada.

- Quería saber de su lealtad y vi que no estaba, ni está en mi persona.

Elle quería gritarle, pero en cierta parte le demostró que no le había guardado lealtad, tragó con saliva y lo miró, apoyada en su hombro.

- Él es mi amigo, ¿qué puedo decir de usted?

Nada, salvo que ahora les unía la criatura que habían engendrado los dos juntos.

- Su esposo, por venganza, porque decidió que fuera así – era cierto, pensó con culpa Elle -. Mis votos se mantienen y no voy a desatender de mi hijo, como tampoco lo haré de usted.

Eran palabras tan... huecas que a ella le dolió.

- Escúchame... - su mano agarró su chaqueta -, por favor. Me hizo un daño cuando creí que verdaderamente – inspiró hondo porque lo estaba reviviendo de nuevo – lo había matado, pero lo fue más cuando descubrí que no lo había hecho cuando me di cuenta del error.

Le apartó la mano de su chaqueta y la ayudó a recostarse en la cama, envolviéndola con las sábanas.

- Es mejor que descanse – dijo -. Ahora no es cuestión de que lo recordemos cuando está mal.

Él no estaba precisamente bien al imaginar los dos juntos, aliviados porque no llevó a cabo su cometido, y solos, sin la presencia de la figura del marido. La sangre le ardía, como lava espesa, a sabiendas de lo que podía haber pasado cuando decidió de marcharse.

- No estuve mucho tiempo con él – como si le hubiera leído el pensamiento.

Damien no dijo nada; ahora no iba a calibrar si era verdad o mentira.

- Duérmase. No me iré de nuevo; estaré aquí cerca. 

Lo que le trajo una tranquilidad inesperada.

No se iba a ir; era un alivio. 

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora