Los Harrison volvieron a casa discutiendo.
-El próximo año, más nos vale buscar los regalos antes -refunfuñaba él.
-¡Pero si llevamos buscándolos desde hace un mes! Lo que pasa es que no quieres llevarme a los centros comerciales a comprarlos. -Mientras metía la llave en la cerradura, se giró para confrontarlo.
-No te jode, claro, si te pasas ahí todo el día y al final sales con cien cosas y ninguna es un regalo.
La señora Harrison puso los ojos en blanco y entró. Al instante, su mal humor se desvaneció. Le encantaba lo preciosa que había quedado la casa con toda la decoración de Navidad que habían puesto. Debía admitir que su marido había hecho un trabajo estupendo al coger un bloque de corcho y convertirlo en un acueducto bajo el que se encontraba el Belén. Prácticamente había construido toda la ciudad en solo un mueble.
Dejaron las bolsas junto a la puerta y se quitaron los abrigos. Dentro de la casa hacía un calor terrible, porque ella era muy friolera y no soportaba las nevadas de diciembre de Nueva York.
A Julia le dio por mirar el imponente árbol, lleno de bolas azules y plateadas. Y sus ojos dieron con una pequeña caja de regalo a los pies del tronco. Era lo único que había, pues no ponían los regalos hasta Nochebuena.
-¿Eso es tuyo?
Su marido dirigió la mirada hacia la caja.
-No. Creí que era cosa tuya.
-No me mientas.
-No lo hago.
Nadie más vivía en la casa, ni ningún familiar tenía las llaves. Un ramalazo de terror subió por la columna vertebral de Julia. John se adelantó a su mujer y recorrió los pasillos con cautela en busca de algún ladrón. No encontró a nadie, pero al entrar en su habitación sintió el frío de la noche. Había una ventana abierta.
-Julia, llama a la policía.
En un cochambroso piso del bajo Manhattan, una mujer ahogaba sus penas en una botella de vodka. Tenía la mirada perdida en el oscuro cielo de la Gran Manzana, sin realmente ver nada. Se acercaba la Navidad, pero a ella le daba igual; ya no tenía nada que celebrar. Una foto enmarcada de su hija desaparecida estaba en su mano, aunque no era consciente de ello. La había perdido hacía unos escasos meses, y no habían conseguido encontrarla. La policía tampoco había puesto mucho empeño en ello, porque la chica era prostituta y era tan común que en Nueva York desaparecieran chicas en su situación que se veían desbordados por investigaciones.
Desde que Christina se había divorciado de su marido, poco después de desaparecer su hija, el piso se había vuelto muy oscuro y triste. Casi tanto como ella.
Tuvo suerte de escuchar el sonido del timbre por encima de sus pensamientos. Tambaleándose, se levantó del sillón y se dirigió a la puerta. Le tomó más de lo habitual. Imaginó que sería un repartidor que se habría equivocado, o alguien que le quería dejar publicidad. Pero cuando abrió, solo se encontró con una pequeña caja de regalo en el felpudo.
Frunció el ceño y se agachó para recogerla. En cualquier otra ocasión, no se habría ni atrevido a moverla por miedo a lo que pudiera ser- uno se esperaba cualquier cosa en ese barrio- pero el alcohol no la dejó pensar.
Estaba cubierta con un papel azul brillante, y cerrada con un lazo negro. Tras cerrar la puerta y volver dentro, la abrió y se acercó a la luz de la lámpara para ver su contenido. En su interior, solo encontró una pierna sacada de un muñeco más grande. Aquello no le dijo mucho. Bajo la pierna había un papel con un número: 45'.
Más tarde se arrepentiría de haberlo tocado, pero lo agarró y le dio la vuelta para examinarlo. Al otro lado del papel, se encontró con una palabra manuscrita: Mallory. El nombre de su hija.
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Antología Ecos de Tinta
Random✨ ANTOLOGÍA ECOS DE TINTA • VARIOS AUTORES ✨ Érase una vez un cuento que recogía los ecos de distintas voces que dejaron su historia escrita entre sus páginas con tinta..., o con sangre. Éranse dieciséis veces. Érase un cuento de Navidad. ...