El teléfono móvil comenzó a vibrar con furia sobre el mantel, enmascarando el eco del algarabío a su alrededor.
-¿Diga? -preguntó, tras deslizar el dedo desde la esquina de la pantalla para descolgar.
-Jefe, hemos encontrado... algo -respondió una voz dubitativa al otro lado.
-Martínez, ¿eres consciente de qué día es hoy? Estaba a punto de empezar a comer.
-Lo sé, jefe, pero es importante. Mucho. -Un largo silencio se instauró en la línea, hasta que la voz del joven subordinado volvió a atravesarla-. Si no lo fuera, no le llamaría. Pero créame, tiene que ver esto.
-Está bien. ¿Dónde estáis?
-En San Blas.
-¿En el este? -protestó-. Tendría que atravesar toda la ciudad. En coche serían unos cuarenta minutos, pero en estas fechas...
-No se preocupe, jefe, le esperamos. El sujeto... no se va a mover de aquí.
Molesto por la interrupción, el comisario Iván Cuadrado se dirigió al perchero de la entrada, donde cogió el abrigo de lana colgado, y salió por la puerta. Al salir a la calle, una bofetada de frío invierno le hizo morderse el labio inferior para no soltar un exabrupto. ¡Qué frío hacía en esas fechas en Madrid! Incluso ahí, en Majadahonda, donde parecía que todo era tan perfecto y superior que incluso los inviernos serían menos inclementes, considerados con los ricos huidos de la capital, incluso allí las gélidas temperaturas atacaban con la misma intensidad.
Abrió la puerta del Lexus y puso la calefacción al máximo, especialmente en los pies. Era sabido que el frío siempre atacaba antes desde los pies, o al menos eso había oído en su infancia, cuando en el pueblo en Ourense su abuela le decía que una vez que los pies se te calaban en invierno, mejor sería que volvieras a casa a darte una ducha caliente si no querías cargar con un fuerte resfriado los próximos días.
Arrancó y puso rumbo a la A-6, la autovía de A Coruña, aquella arteria de denso circular que apuntaba como una flecha hacia el corazón mismo de la ciudad pero se veía clavada bajo tierra justo antes de alcanzar su objetivo. En esa ocasión, sin embargo, el comisario tomó la salida 11 para encarar la M-40 en dirección norte, bordeando la ciudad hacia el lado este.
-Jefe. -Martínez llamó de nuevo y el comisario atendió la llamada a través del manos libres del vehículo: solo le faltaba una multa de tráfico por usar el móvil mientras conducía-. ¿Dónde está?
-¿Pero no era que no había prisa? Acabo de salir de casa.
-Es que tengo aquí a la científica, jefe.
-Está bien, pues que no toquen nada hasta que yo llegue.
-Eso les he dicho, pero insisten en que ellos sí tienen prisa, que quieren volver a sus casas.
-Que se dejen de niñerías y sean profesionales por una vez. Si pringamos, pringamos todos y ya está. ¿Cuál es la dirección exacta, Martínez?
-Calle Dibujantes. El número 15.
-De acuerdo. -El sargento echó un rápido vistazo al cartel que dejaba atrás sobre su cabeza, indicando la siguiente salida. 54, Avenida Ventisquero de la Condesa. Eso era Mirasierra, quince minutos mínimo desde ahí-. En menos de diez minutos estoy ahí. ¿Podrás entretenerlos hasta entonces?
-¡Os he dicho que no toquéis nada, maldita sea! -se escuchó gritar a Martínez, olvidando tapar el micrófono del teléfono con la mano-. No se preocupe, jefe, todo controlado por aquí. Le esperaré en el portal.
El comisario concluyó la llamada y ejerció presión con el pie derecho sobre el acelerador, hasta que la aguja iluminada en rojo sobrepasó el ciento cuarenta. No se fiaba de Martínez. Era buen agente, se le daba bien encontrar las pistas adecuadas y seguirlas, desbaratar hasta las coartadas más elaboradas. Pero en cuanto tenía que tratar con otras personas, mucho más imponerse, simplemente se venía abajo y se convertía en un títere a disposición de cualquiera que recogiera los hilos del suelo.
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Antología Ecos de Tinta
De Todo✨ ANTOLOGÍA ECOS DE TINTA • VARIOS AUTORES ✨ Érase una vez un cuento que recogía los ecos de distintas voces que dejaron su historia escrita entre sus páginas con tinta..., o con sangre. Éranse dieciséis veces. Érase un cuento de Navidad. ...