EL CLAMOR DE LA SANGRE INOCENTE

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Las luces adornaban las calles de aquel pueblo que ni tan siquiera salía en los mapas, en todas las casas se percibía el ambiente navideño, ya nadie recordaba qué ocurrió la Nochebuena de 1984 y si alguien mencionaba el terrible suceso lo hacían con temor. El caso nunca fue resuelto y desde entonces vivían con el miedo de que les pasara lo mismo a los más pequeños.

La familia se reunió de nuevo en casa de los abuelos, la mesa estaba repleta de manjares que solo se comen por estas fechas señaladas. Solo se veían una vez al año y a decir verdad, apenas tenían relación, no obstante cada veinticinco de diciembre acudían al pueblo con sus mejores galas. Ese día la anfitriona era la dueña de la casa, una mujer de casi ochenta años que se levantaba temprano con la ilusión de ver a sus nietas y nietos que no veía desde las Navidades pasadas.

-Creo que no podremos volver a casa esta noche, las carreteras están cortadas por exceso de nieve -dijo Aurora mientras leía la noticia en el móvil.

-No te preocupes, hay camas suficientes, hija. Bajaré unas mantas del desván. -La mujer se levantó y fue hacia las escaleras.

-Espera mamá, esos escalones están muy empinados. Martina, ve tú -se dirigió a una chica de unos quince años.

-¿Por qué tengo que hacerlo todo yo? -protestó.

-Deja, iré yo -dijo su padre, un hombre de unos cuarenta y seis años.

Aurora suspiró, sin embargo no dijo nada. Esa noche no quería discutir y menos delante de su cuñado, un tipo repelente que pretendía tener razón en todo.

Después de terminar de cenar, aún con el estómago lleno, María sacó el bizcocho de calabaza dulce que preparaba todas las navidades y dejó en el medio una bandeja plateada llena de polvorones, turrones de toda clase y mazapán.

-Martina, te he comprado tus bombones preferidos.

-Ahora no, abuelo, he quedado con unos amigos. -Se levantó y se puso el abrigo.

El fuego calentaba la sala de estar, Vicent no tardó en dormirse acurrucado en su manta de cuadros escoceses.

Pasaba la media noche cuando el teléfono de Aurora comenzó a sonar, miró la pantalla y reconoció el número de comisaría.

«Espero que Martina no se haya metido en algún lío, como últimamente hace».

-Inspectora Moliner, acuda de inmediato a las afueras de la localidad.

-Menos rodeos, Oriol ¿Qué ocurre?

-Será mejor que lo veas con tus propios ojos.

-De acuerdo, envíame la ubicación.

Marc la observaba impasible mientras se ponía el uniforme. Ella lo miró de reojo a través del espejo del armario. Cogió el abrigo y se acercó a su marido.

-Tengo que salir, me han dado el aviso. Nos vemos más tarde.

-¿Tienes que trabajar también en Nochebuena?

Aurora percibió sarcasmo en el tono de voz.

-Soy policía, ¿recuerdas? ¿Crees que quiero salir ahí fuera, mientras dejo aquí a mi familia?

Marc no paraba de dar vueltas a la habitación, cada vez más nervioso y decepcionado, estaba harto de que su mujer antepusiera el trabajo a todo lo demás. De nada servía la terapia a la que habían acudido durante meses para arreglar un matrimonio que iba cuesta abajo.

-Podrías haber dicho que fuera otra persona. ¡Por el amor de Dios! Se supone que eres quien manda.

-¿Me vas a montar un numerito? No tengo tiempo para espectáculos. Hablamos luego.

Antología Ecos de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora