OSIRIS

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David conducía bajo el cielo plomizo y la lluvia insistente, que apenas le dejaba ver. A su lado, Caleb dormitaba después de cuatro horas de viaje. Habían decidido que ese fuera su primer viaje en solitario y a David ya le quemaban los músculos de la tensión mantenida. Había dudado de la elección de Caleb desde el principio y esperaba no arrepentirse cuando llegaran a su destino. Miró a su pareja y sonrió. Lo había hecho por él. Parecía tan ilusionado cuando se apuntó al concurso de Facebook, meses atrás, que David no se atrevió a borrar su sonrisa. Después, cuando había ganado el premio, un viaje con los gastos pagados a un tétrico hotel en la Costa de Marfil, David tuvo que preguntar si podían renunciar. Pintoresco había sido el calificativo que había usado Caleb y tampoco en aquella ocasión pudo negarse.

A Caleb le fascinaba el mundo del misterio y lo esotérico y siempre acababa arrastrando a su novio a aquellos lugares que peor espina le daban. Un barco que había navegado por las aguas del Nilo en sus buenos tiempos, que había acabado con la madera podrida en la Costa de Marfil y que había sido reconvertido en hotel, porque no podía haber nada tan feo en las playas paradisiacas de la costa.

Cuando David aceptó, su pareja dio saltos de alegría, aunque acabó confesando a las dos horas de viaje que el mayor premio no era la estancia en sí. Podrían explorar el barco e intentar descubrir sus secretos. Aunque hacía más de diez años que había dejado de ejercer como crucero, el Osiris aún no había sido visitado por nadie. El concurso era el último intento de los dueños de despertar la curiosidad de los clientes y provocar así las reservas que nunca se habían producido. Por la cabeza de David habían pasado todas las ocasiones en que una de sus "aventuras" había comenzado así y no le hizo gracia. Se suponía que aquel viaje era para descansar, no obstante, Caleb lo había convertido, de nuevo, en una expedición maldita de donde él estaba seguro de que no saldría nada bueno. Se lo había hecho saber a su pareja, incluso intentó dar la vuelta, pero él le aseguró que esperaran a ver el barco, estaba seguro de que en esta ocasión sería divertido.

Cuando el GPS por fin indicó que habían llegado, aparcaron el coche y bajaron andando hasta la cala en la que se suponía que estaba el barco-hotel. Se detuvieron en la ladera que los llevaba hasta su hospedaje, abrumados por la vista. En el camino que llevaba hasta el barco habían instalado faroles, mas la niebla era tan espesa que su luz se perdía en ella y apenas veían dónde ponían los pies. David casi esperaba que una bruja o un temible mayordomo salieran a su encuentro, nadie apareció.

Cuando por fin alcanzaron lo que debía ser, por la decoración, la entrada, se dieron cuenta que por fuera apenas habían dado un lavado de cara al barco y empezaron a temer la reforma del crucero por dentro. David, calado hasta los huesos y cansado del viaje, apremió a Caleb para avanzar deprisa. En unos segundos alcanzaron la rampa que los subía a cubierta. Allí sí había alguien. Una mujer alta y grande, que se escondía tras un vestido victoriano de color negro y un velo del mismo tono, que ocultaba sus facciones. David casi saltó hacia atrás al verla.

La mujer no hizo ningún gesto de bienvenida, ni siquiera una palabra. Se dio la vuelta y los chicos se miraron al borde de la carcajada. Se suponía que era Navidad, no Halloween. Caleb enhebró su brazo con el de su novio y después de un instante, la siguieron. Bajaron por una escalera de metal, mal iluminada, a un pasillo en penumbras. Las lámparas de los laterales se asemejaban a las antiguas lámparas de aceite. Estaban llenas de telarañas y algunas incluso titilaban. Había una alfombra larga que ocupaba todo el pasillo. Los colores de esta ya no se podían distinguir y estaba deshilachada en muchos puntos, incluso en algunos parecía que las polillas se hubieran dado un festín. La mujer los condujo hasta un camarote casi al final del largo pasillo y entonces sí habló, con una voz carrasposa que parecía salir del mismo averno y filtrarse por las rendijas de la madera.

Antología Ecos de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora