UN DÍA NORMAL

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A Javi le costaba mantenerse sereno ante esa escena. Después de todo lo que había pasado, después de toda la mierda que había visto, al fin las cosas empezaban a ir bien. Verla correr, reír, y revolcarse en la nieve era la imagen más bonita que nunca podía haber aspirado a observar. Ver como Laura corría detrás de ella y ambas reían mientras jugaban le transmitía esa sensación que pensaba que nunca iba a poder sentir, ya que no es que se sintiera feliz a secas: se sentía en paz. Notaba una calma que pensaba que nunca iba a poder sentir, y un calor interno impropio de los -7 grados que hacía ahí afuera.

-¡Ey! ¡Chicas! Ahora vuelvo, que me he dejado la cartera en el coche.

-¡Oyeee, pero no tardes mucho, no vaya a ser que nos quedemos sin árbol!

-Tranquila, Andrea -le dijo Laura-, ¡seguro que papi vuelve en un periquete!

Tenía una sonrisa radiante al responder a su hija, y Javi notó el cariño que residía en sus ojos cuando se dirigió al él.

-Cari, no tardes mucho porfa, que todavía tenemos cosas que comprar -dijo esta frase con un timbre que le llenaba por dentro y, al acabar, le guiñó un ojo. Mientras salía disparado hacia el coche y las lágrimas empezaban a brotar, tenía la completa seguridad de que su mujer sabía de sobra que no se había dejado la cartera. Después de todo, ella le conocía mejor que él mismo.

Mientras trotaba por la nieve entre los árboles intentando mantener el calor corporal, intentó buscar la palabra que mejor podía definir lo que había visto y que le había deleitado de tal manera que tuvo que salir por patas antes de que su hija le viera llorar. Habían hecho un buen trabajo enseñándole a Andrea que no existe ningún problema en llorar, "ya sea porque nos sentimos mal o porque nos sentimos increíiiiiiblemente bien" le había dicho Laura, cuando Andrea tenía solo cuatro años, con esa deslumbrante sonrisa que la caracteriza -una de las razones por las que me enamoré, pensó Javi- y esa actitud segura y positiva que tiene hasta en los peores momentos, pero es que la escena era tan bonita y perfecta, la felicidad de las dos personas que más quiere era tan palpable, que simplemente no quería que sus lágrimas pudieran interrumpirla ni siquiera por un segundo.

Llegó a trompicones al coche, entró en el asiento del copiloto, y ahí rompió a llorar desconsoladamente. Había llorado muchas veces en su vida, aunque quizá menos de las que debería, pero hacía años que no lloraba así. Estaba tan... ¿Feliz? Ni siquiera podía reconocerlo. Se había sentido feliz muchísimas veces en su vida, y Laura tenía gran culpa de ello, pero este sentimiento era aún más bonito.

Y entonces encontró la palabra que buscaba.

Pureza.

Era la escena más pura que había visto nunca en su vida.

Era hermosa, alegre, risueña, preciosa como un todo. Lo que la hacía tan perfecta era el conjunto. La sonrisa de su hija, su emoción al ver la nieve por primera vez, sus mejillas sonrosadas por el frío, su inútil intento de esconderse tras unos árboles demasiado dispersos. El pelo de Laura saliendo fuera del gorro. La risa de Laura mientras perseguía a su hija. La risa de su mujer -¡estaban unidos por unos lazos eternos!- La nieve cayendo de las ramas de los abetos cuando Andrea les daba una patada. Su risa cuando le tiró nieve encima a Javi y él empezó a perseguirla con la única intención de comérsela a besos. Era su preciosa niña. Su hija. ¡Su hija!

Pero lo que hacía así de preciosa a la escena no era todo esto, sino el hecho de que era algo completamente natural. Porque ¿qué hay más puro que la risa de un niño, que los árboles repletos de nieve, que unos padres jugando con su hija? Nada. Javi sabía que era lo más natural del mundo. ¡Algo así de bonito! ¡Y no tenía duda alguna de que se lo merecía!

Antología Ecos de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora