I
Sé que tú detestas la Navidad, viejo amigo.
Creo que todos nuestros ex compañeros de las fuerzas especiales odian esas fechas. Sin embargo, atrapado en el tráfico de Chicago y contemplando el juego de luces y colores de una concurrida avenida y sus gentes, intentaba sentirme en casa. Casa. Una palabra muy corta para un significado tan grande.
"Esos pantalones que llevas te van a dejar estéril".
Me los había puesto a juego con la camisa blanca y esos mocasines elegantes que Jeff me regaló en mi último cumpleaños. No quise pensar demasiado en que la mayor parte de mi ropa era alquilada.
La única posesión que tenía era una poblada barba y una mata de cabello rubio que no me había cortado desde que volví de Siria. La verdad es que hacía mucho que nada me convencía y muy poco me importaba.
La única razón por la que cruzaba la ciudad era para no decepcionar a Elizabeth.
Es difícil recordar un tiempo en el que Elizabeth no estuviera en mi vida. Éramos amigos desde el instituto y había insistido mucho en que debía salir de esa burbuja de autocompasión y empezar a mezclarme con los vivos.
Y tenía razón.
Casi nadie vuelve entero de la guerra, es un hecho. En realidad, una parte de mí se quedó allí, entre los escombros de una aldea sin nombre y tu fantasma. Las noches se convirtieron en invitaciones a las pesadillas, ecos de bombardeos, gritos y el hedor a sangre derramada. Era como si la oscuridad y el tormento hubieran hecho un pacto para derruir a todos esos héroes sin nombre, manchando de dudas y mentiras todas nuestras buenas intenciones.
Yo no soy un héroe. Los héroes no viven para contar su historia. Tú eres un héroe, y por eso estás muer...
-Lo lamento.
La voz ronca del taxista me llegó distorsionada a través de los silbidos de los otros coches y el músico callejero que cantaba un villancico a pleno pulmón junto a la melodía que le arrancaba a un manojo de cascabeles.
-Hay mucho tráfico. ¿A qué hora ha dicho que debería estar?
Me aclaré la garganta antes de hablar. Vivía con la boca seca y tenía que aferrarme las manos para controlar los temblores. Constantes y agotadores temblores.
"Sólo es la acústica normal de estas fechas. No son las alarmas de la base anunciando otro ataque terrorista".
-A las nueve.
El taxista gruñó, mirando el reloj junto al taxímetro.
"Quizá esto sea una señal del destino".
Mis ojos azules miraban sin ver a un Santa Claus que cantaba un villancico a las puertas de un centro comercial.
"Todavía no estás preparado para estar rodeado de un montón de personas que ni tan siquiera conoces..."
Cuarenta minutos y muchos villancicos después, el taxi paró en el número veinte de un lujoso barrio residencial. Las luces rojas, verdes y azules decoraban las fachadas de todas esas casas, cada una más grande que la anterior.
Llegaba tarde.
En los últimos días, la nieve se había acumulado a ambos lados de la escalera que llevaba a la entrada principal. Me planché la camisa con una mano, estiré las mangas de la americana y suspiré profundamente, convenciéndome de que podía hacerlo.
Apenas unos segundos después de llamar al timbre, la puerta se abrió y me recibió una encantadora sonrisa de dientes blancos. No pude evitar tensarme y alzar los hombros en una postura de rechazo involuntaria.
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Antología Ecos de Tinta
De Todo✨ ANTOLOGÍA ECOS DE TINTA • VARIOS AUTORES ✨ Érase una vez un cuento que recogía los ecos de distintas voces que dejaron su historia escrita entre sus páginas con tinta..., o con sangre. Éranse dieciséis veces. Érase un cuento de Navidad. ...