LA LEYENDA DE LAS TRES REINAS

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Tener una espada en las manos es un riesgo que no me gusta asumir, pero debo hacerlo. Llenar mis bolsillos con posesiones que no me pertenecen me abruma, y no obstante, lo espero. Todo es un ciclo que se repite una y otra vez, sin fin. Y quizás por eso mi puño acaba por estamparse en el rostro del maleante.

O más bien de la víctima, porque las verdaderas atracadoras somos nosotras.

Cuando cae al suelo, escucho vítores que son un vago intento de congratularme. Pero no estoy satisfecha en absoluto. No me siento orgullosa de dejar a ese inocente inconsciente. No me queda otra, es eso o perecer entre la arena del desierto de Néguev. Mis compañeras, complacidas con el motín, me aprietan los hombros. A pesar de que llevamos los pañuelos alrededor de nuestras bocas, puedo distinguir unas sonrisas anchas. Y yo solo puedo imitarlas, aunque mi angustia se incrementa.

No las espero. Voy hasta mi camello, Sirio, y monto entre sus dos jorobas. Está cansado y, mientras acaricio su pelaje, le susurro que pronto encontraremos un lugar para pasar la noche y descansar. Ni siquiera me hace falta mirar hacia abajo para saber que mis compañeras me observan.

一Llevamos años haciendo esto, podrías acostumbrarte de una vez.

La voz de Azkán es tan dura como sus rasgos y su mirada. Tiene los ojos entrecerrados y la mandíbula apretada. A su lado, Kora, la única que puede aplacar esa furia, posa una mano sobre la suya. Unos mechones pelirrojos escapan de la capucha de la mediadora y casi parecen unas llamas al viento.

一No es seguro que hablemos aquí. 一Los ojos verdes de mi compañera titilan bajo la luz del sol del atardecer一. Vámonos cuanto antes.

Aunque Azkán pretende enzarzarse en una discusión conmigo, no llega a hacerlo, porque sabe que, como lo intente siquiera, Kora la echará de su lecho esa noche. La joven pelirroja se dirige hacia Arturo, su elefante, que parecía más atento a la arena que a nosotras. Por otro lado, Azkán ya descansaba sobre el lomo de su león, Antares. Puede que no fuesen los animales más... discretos, pero eran lo poco que nos quedaba de nuestro reino.

Todo cuanto habíamos conocido se había evaporado en una bruma de colores que por poco nos mata si no hubiésemos llegado a escapar. Y es que la sed de triunfo es un veneno difícil de eliminar y nuestro destino, sencillo de distorsionar.

Nosotras fuimos tres reinas y sé que en nuestro interior lo seguimos siendo, a pesar de que ya no tengamos un hogar. Nos fue arrebatado por un hombre que no conocía los límites y prefería que Fierze se poblase de sombras y años oscuros. Recuerdo nuestro reino como un paraje casi paradisíaco. Era un territorio tan extenso y rico que cuando heredé la corona me vi incapaz de gobernar yo sola. No recuerdo cómo las conocí, ni siquiera me acuerdo de la primera vez que las vi, solo sé que, desde que tengo memoria, Azkán, Kora y yo hemos estado juntas. Siempre tres, nadie más. Habíamos compartido nuestra infancia entre risas y juegos. Tuve la inmensa suerte de que el padre de Azkán era el capitán de la guardia real y de que la madre de Kora perteneciera al Consejo. Así que, mientras nuestros padres decidían el futuro de Fierze, nosotras robabamos pasteles de las cocinas y leíamos hasta altas horas de la madrugada.

Por supuesto, todo eso cambió cuando fui creciendo. Las sesiones de estudio en conjunto fueron sustituidas por lecciones de estrategia militar, economía y esgrima. Aun así, siempre hallábamos algún momento del día para encontrarnos y quejarnos de lo injusto que era estudiar separadas.

Supuse que tardaría unos años en heredar la corona... Aunque no contaba con que el destino era un arma de doble filo que, o bien guardaba un regalo en su interior, o por el otro lado, podía derrumbar todos los cimientos de tu existencia.

Mi suerte fue echada y los astros decidieron llevarse a mis padres con ellos durante un largo viaje en navío. El mar se tragó a la nave y devoró a los reyes de Fierze con sus afilados dientes de espuma. Jamás volví a verles y no volveré a hacerlo hasta que expulse mi última exhalación.

Antología Ecos de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora