Capítulo 1-Mi bendición

62 21 9
                                    

¿Recuerdan la primera vez que le sonrieron a su pareja?

¿La primera vez que se dieron un beso bajo la lluvia o bajo la luz de la luna?

¿Recuerdan el primer instante en que miraron a sus profundos ojos y cayeron en un dulce y agonizante espiral de amor?

Yo no del todo para ser sincero.

Sí recuerdo que la conocí y me pareció una persona de lo más elocuente a la vista, pero no sentí de inmediato ese amor pulverizante y tan grande que los libros, las películas, series y personas pregonan los trescientos sesenta y cinco días del año.

La primera vez que de verdad sentí algo fuerte por ella fue el momento exacto en que la encontré por segunda vez, no podía creer que una chica de alto abolengo como lo era mi mujer, podía preferir a un esperpento de hombre como yo.

Sé que ella se enamoró enseguida porque me lo demostró en cada segundo que pasamos juntos, pero ahora que lo pienso con debida calma, nosotros los hombres no solemos darnos cuenta tan rápido del amor. No tan rápido como las mujeres, pero a pesar de todos esos detalles cuando nos damos cuenta, es para que quede grabado a fuego por siempre y para siempre.

Nosotros no nos tomamos al pie de la letra cada cosa que llega porque es tan efímero lo que significa el amor que a veces no sabemos apreciarlo a la medida de lo que sucede, sino que nos equivocamos como cien mil veces hasta caer en la cruel cuenta de que para ser felices con lo que sentimos, debemos sentirlo de verdad.

No les voy a dar un curso intensivo sobre lo que el amor significa, pero si les voy a hablar sobre lo que significa el amor de mi mujer para mí, porque si una vez pude disfrutar de éste; en su memoria lo volveré a hacer.

En nombre de ella y de nuestro amor.
Aquella mañana en que la conocí terminamos en la Cruz Roja. El golpe bárbaro que me había dado con su disco volador me demostró no solo lo aturdido que quedé, sino también la entereza que guardaba ella para sí misma. El caso es que estábamos los tres en la cruz roja, su hermana mayor, ella y yo, que sangraba como si me hubiesen dado tremenda golpiza en un barrio de mala muerte, pero no era nada de eso.

—¿Estás cien por ciento seguro de que te sientes bien? Se ve muy mal —dijo viéndome como si me fuera a desmayar, pero en realidad quería morirme de la risa por lo absurdo de la situación.

—Pues mejores defectos me han encontrado, no hay porqué preocuparse —le respondí sosteniendo una enorme bola de algodón sobre mí herida.

Su risa cantarina que aun extraño, apaciguó mi dolor en aquel momento amenizando todo un poco. Las dos chicas se miraron cómplices y con una señal rápida entre hermanas nos quedamos solos nosotros dos.

Hubo un largo silencio antes de que entabláramos una plática real, pero al contrario de las pocas chicas que he conocido, ella no me incomodó. Más bien me causó cierta curiosidad.
¿Por qué una chica tan menuda como ella se pintaría el cabello de azul?
Nunca supe a ciencia cierta la respuesta porque no era lo único extraño en su apariencia. A un costado de su cintura se avistaba la mitad de un enorme tatuaje que continuaba al reverso de su espalda.

Para nada era la clase de chica con la que saldría o siquiera hablaría, pero aun así, ella tan diferente como era se atrevió a conversar conmigo y a sacarme algunas cuantas frases cómicas. Yo no supe si adorarla o ignorarla con toda ese autenticidad, no buscaba nada en aquel entonces, pero el cielo me la había puesto en el medio. Y eso ahora que lo recuerdo concienzudamente significó un montón de cosas sin descubrir.

Lo siguiente que recuerdo es que los dos caminábamos por la playa sin pretender alejarnos, pero en su cháchara colorida, yo me encontraba absorto en mis pensamientos.

¿Qué obtenía yo al caminar con una chica tan bella como ella?

A leguas se veía que no alcanzaba su estratosfera de riqueza y estilo.

—Ahí está esa mirada —afirmó adivinando mis intenciones. Se detuvo a mitad de la caminata y me miró de frente. Varios pelicanos nos acompañaron aquel instante y las olas eran muy fuertes desde la lejanía.


—¿Disculpa? —pregunté alzando una ceja sin entender lo que me dijo.
Pero con una de esas dulces sonrisas que me regaló desde siempre, negó divertida cruzando los brazos por encima de su pecho.

—La mirada de un hombre que juzga su condición por estar al lado de una mujer como yo.

Nada más el hecho de que se viera como una mujer me interesó. Ella era tan joven y yo, tan inocente en la situación.

—¿Ah, sí?

—Es muy sencillo, si yo en este instante decidiera besarte sin apenas conocerte, tú claudicarías un rato después diciendo que es un tremendo error. Y lo corroboraría al invitarte a casa de mis padres con sus cochinamente millonarios amigos.

—Es un sentido de la percepción muy acertado —acoté siguiéndole el juego.

—La mayoría de las veces suele ser cierto.

—Sólo te equivocas en una cosa.

—¿Cuál? —entrecerró los ojos naranja poco convencida.

—Que en realidad no te has decidido a besarme y yo no he aceptado ir a la fiesta de tus padres con sus cochinamente millonarios amigos.

—Para ser el primer chico que apuñalo en la cara es una excelente propuesta, ¿No crees?

Ya no hubo retorno en aquel pasado tan lejano, ella me tuvo en sus manos desde el segundo dos. Pero me resistí un poco más solo por el hecho de que era una completa desconocida.

—Es la mejor propuesta que he recibido.

En realidad la única que había recibido. A mis recién cumplidos veinte años no le habían llegado aún todas esas mujeres que se desmayaran enseguida con mi presencia, pero fue tan directa su forma de acercarse a mí que no pude objetarle nada; a ella nunca puede objetarle nada.

—¿Cómo te llamas? —Me pregunto un rato después.

—Tres letras… Jon —solté sin complicaciones.

—Mucho gusto, Jon. Soy Azul —me contestó extendiendo su mano que iba decorada con un dulce color morado en las uñas.

Puedo recordar cada mínimo detalle porque a pesar de estar absorto de todo nuestro entorno, no estaba exento de toda esa aura que desbordaba su pequeña figura. Azul fue la mujer que descubrió mis sueños, que alentó mis aspiraciones y fue sincera en cada paso que dimos juntos. Y separados.

Ella fue como mi bendición, una que Dios había enviado al verme pasar por la tierra sin nada más importante que decir, pero… siempre hay un pero.

—¿Serás mi peor pesadilla? —Le pregunté en aquella hermosa playa que nos vio conocernos.

—Puedo ser tu perdición, cariño.
Y que ciertas fueron esas palabras que mis oídos escucharon en esa fecha en especial, porque después de habernos conocido en esa playa en la noche, mientras trabajaba el turno nocturno en el restaurant frente al motel donde residía, recibí una invitación con mi nombre para la fiesta de la familia Toledo.

Mis objetivos estaban claros hasta haberla visto a ella, pero se distorsionaron por completo al pensar en ir a aquella reunión. No me podía dar esos lujos y aun después de tanto tiempo sigo sin poder dármelos; así que el joven Jon de aquella oportunidad apartó la carta a un lado y siguió con su trabajo.

Sin embargo mi Azul era de esas mujeres que no se rendían tan fácilmente, aunque en un principio me irritó verla parada frente al bar del restaurante con los pies descalzos, un vestido verde agua marina hasta las rodillas y una botella de champaña costosa en su mano derecha, la admiré.

No cualquier mujer se redime ante el hombre que se supone la rechazó, pero Azul al parecer no era cualquier mujer, por eso después de cuatro horas de trabajo y pocos clientes, ella me esperó esa noche a las afueras del restaurante.

El vestido dejaba a la vista su espalda bronceada en la cual se podían divisar pequeños planetas llamados lunares, más la continuación de ese tatuaje poco común. No supe que decir, pero ella tampoco opinó nada. Solo alzó la botella y la meneó dando una invitación silente.

Aquella velada fue una de las tantas veces en que sonreí de verdad con todo mi cuerpo y ser, ella hacía seria la posibilidad de algo más con sus locuras.

Así que sin más, recuerdo haberme sentado a unos metros de ella para tomarnos el líquido burbujeante sin emitir una sola palabra, solo acompañados por el sereno suave de la noche.

Mi mujer siempre fue como ella sola, pero yo siempre fui el pesimista de los dos, no supe darme cuenta a tiempo de lo que conllevaría ser su mejor amigo, su novio, su amante y pareja. Pero como todas las veces el destino nos los hizo saber un mes después de conocernos.

Faltaba otro mes para terminar el verano.

Siempre nos encontrábamos en el muelle cerca del hotel donde yo dormía hasta las seis de la tarde, que es cuando debía ir a trabajar, pero nunca dejábamos de vernos.

En la noche me esperaba a las orillas de la Isla Gran Roque con algún delicioso manjar.

No me quejaba ni le comentaba nada al respecto de que estaba mal visto por su familia que un pobretón como yo anduviera con ella, porque de buenas a primeras me lanzaría una chancla por la cabeza y me patearía las bolas.

Azul odiaba que le mencionara a sus progenitores, decía que ellos no entendían nunca la clase de vida que ella quería llevar, y yo como poco conocedor me callaba sin opinar nada.

—Hoy al medio día mis padres te han invitado a la casa para almorzar —dijo una mañana. Estábamos sentados en una canoa que habíamos conseguido en medio de un lago cercano a los comercios de la isla.

Recuerdo que nadamos hasta cansarnos, sentí que ella estaba un poco tensa y después de una enorme prolongación eso fue lo que me lanzó.

—¿Debo aceptar? —interrogué esperando su reacción, pero no hubo nada solo un sepulcral mutismo—. Oye, que no puede ser tan malo.

—No lo será si ellos cooperan. Solo llega a la once y media, sé que en menos de lo que vuela un colibrí, ellos saldrán con la primera grosería.

AzulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora