Someone Comes And Another Goes

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El olor a fármacos, medicinas y alcohol llegó a sus fosas nasales sin problema alguno y como de costumbre. A sus cortos 16 años, reconocía el ambiente en que estaba como la palma de su mano debido a su cercanía con ello.

Su amada madre estaba graduada en enfermería y, después de divorciarse de su padre cuando tenía 10 años, decidieron dejar la ciudad de Hong Kong para dirigirse a la excéntrica prefectura de Shimane, Izumo. Tenían que empezar desde cero, pero eso no fue impedimento para tomar la mano de la asiática y seguirla sin titubear, al fin y al cabo, nunca fue del todo aceptado por su padre y hermanastros mayores porque siempre lo excluían por sus finos y algo afeminados rasgos, producto de la fuerte acción de la genética de su mamá.

Cuando llegaron al desconocido territorio, ella empezó a laborar en diversos hospitales y clínicas, el lugar donde se encontraban ahora era reciente, llevaba únicamente unos meses ahí.

Al admirarla desde que tuvo uso de razón, se planteó que deseaba ser un futuro farmacéutico, derrochante de sabiduría y seguridad. La mujer lo admiraba por seguir el camino que ella pasó, además de arriesgarse a una difícil carrera.

En ese entonces, estaba ingresando a la zona de trabajo de la hongkonesa después de un largo día de estudios. Dejando salir cortos bostezos, se dirigió a la recepción, pasando por los pasillos donde estaban las habitaciones de los pacientes.

Un conjunto de personas unidas y murmurando captaron su atención por completo, los enfermeros entraban persignándose y mostrando semblantes misericordiosos. No quería meterse en asuntos delicados, pero al encontrar un espacio suficiente, escogió ver el interior lleno de curiosidad.

Lo que divisaba era lamentable. Un amable perfil, unas largas pestañas azabaches como el color de su largo y bondadoso cabello, sus labios tornándose en colores violetas y la tez de piel tan pálida como el de un fantasma. Al dirigirse al pecho de la joven, podía observar la escasez de sube y bajas, por lo cual, inquirió que había dejado el mundo hace menos de una hora.

Pobre chica.

Pensó antes de seguir su camino, estaba casi divagando al no encontrar rastro alguno hasta que sintió unas manos traviesas sobre sus ojos impidiéndole ver, pero reconocería esa manera de actuar donde sea.

— Mamá, déjame, por favor —se quejó con seca dulzura. La pelinegra quitó sus palmas y le entregó una brillante sonrisa a su menor y único hijo.

— ¿Cómo te fue, mi amor? —dijo apoyándose en una de las paredes— Tu profesor de matemáticas me llamó, me dijo que expondrás un proyecto en representación de la escuela.

— Sí, será en un mes. Tengo tiempo de prepararme —rascó su nuca intentando no sonar tan soberbio.

¿Qué podía decir? Era el mejor de su clase y el tercer puesto en toda su Bachillerato. Sus notas eran esplendidas, no conocía la palabra "reprobar" y tampoco se presentaba en su mente. Era un chico prodigio ante los ojos de los maestros y una inminente amenaza para los demás alumnos con tan solo escuchar su nombre.

— Me alegro, Yut. No te sobreesfuerces, por favor —señaló antes de soltar un suspiro y deshacer su largo cabello lacio del moño que traía— Acá las cosas están algo pesadas, dicen que una joven japonesa de 18 años falleció. Al parecer, tuvo complicaciones durante el parto —ante la sorprendida mirada de su hijo, frunció el ceño y dejo escapar la información— Lo sé, tenía tanto por vivir e incluso, dejó a una pequeña sola.

La mayor sentía golpetear su corazón ante ello, pensar que la bebé nunca tendrá la oportunidad de contar y gozar de una figura maternal era enternecedor. Solo imaginar que aquello le hubiese sucedido, la atemorizaba debido a que no sabía si Yut-Lung podría subsistir sin ella o que cosas hubieran ocurrido.

SUAVE LUZ [Banana Fish]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora