i n t r o.

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Era un día corriente como cualquier otro. Estaba saliendo de la biblioteca cuando, de imprevisto, empezó a llover.

—Vaya casualidad... Tenía que pasar justo hoy, que me arreglé el cabello.

Esperé apoyado en una columna debajo del techado a que se despejara la lluvia; seguramente tomaría más de media hora.

Pero, entonces, un paraguas negro se extendió hacia mí, delante de mis ojos.

—¿Necesita esto, hyung? —preguntó el chico que era notablemente más alto que yo y, por lo visto, más precavido.

—¿E-es para mí? —cómo no, había hecho el ridículo otra vez al preguntar eso.

—Bueno, yo diría que lo compartiésemos, porque si no me mojaría yo —dejó paso a una tierna sonrisa de conejito después de hablar.

—Perdón, no se me da bien esto de hablarle a desconocidos... y, además, amables —me incliné y dejé que el cuello de mi saco tapara parte de mi cara avergonzada.

—No se preocupe, suele pasarme también —respondió, y después de unos segundos volvió a retomar la anterior conversación—. Le puedo dejar en cualquier sitio cercano, a esta hora ya no tengo que hacer nada y me gustaría dar un paseo bajo mi paraguas nuevo —sonrió de nuevo con entusiasmo.

—¿De verdad lo harías por mí? Muchas gracias, yo...

—Vamos, me lo agradecerá cuando lleguemos a donde usted quiera —se puso a mi lado y empujó suavemente mi espalda baja para que me situara más cerca. Obviamente, el paraguas no tendría un radio de dos metros.

Empezamos a caminar en perfecta sincronía con nuestros pasos, y su voz acaramelada rechazó cualquier ruido del agua golpear contra el suelo.

—Si tal como dice iremos a su casa, guíeme sin problemas. A menos que estemos a media hora de allí, claro —dejó de mirar sus pies para fijarse en mis ojos.

—¡Obvio que no! Está a unos cinco minutos de aquí.

—Eso me alivia —rió—. ¿Entonces no escuchó las previsiones de la lluvia?

—Si las hubiera escuchado no estaría aquí contigo, sintiéndome como un desastre.

—Es verdad, lo siento hyung, quizás esta vez yo sea el despistado —sonreímos por nuestras tonterías y seguimos andando tranquilamente.

Las pisadas y el rocío de las hojas de los árboles cayendo sobre el paraguas eran suficientes para apaciguar cualquier nervio que sintiera por estar a milímetros del chico apuesto. Y eso, quiera o no, era lo que necesitaba ahora mismo.

Parecíamos una pareja, y esa probabilidad aumentó cuando, sin preguntar, puso mi mano izquierda –la cual estaba libre– dentro del bolsillo de su abrigada chaqueta de algodón.

—Supuse que tendría frío por sus mejillas rosadas, perdón si lo asusté —dijo tímido.

Pero lo que él no sabía era que mis mejillas no tomaron color solo por eso. Qué tonto.

—N-no pasa nada, está bien —respondí en voz baja.

Cuando llegamos por fin a la puerta de mi casa, el chico se paró frente al toldo que desviaba la lluvia.

—Ya llegamos —le comenté, puesto que ninguno de los dos se movió o despidió.

—Ya lo vi, hyung —sonrió—. Solo estaba pensando en algo...

—¿Qué era eso? —pregunté con bastante curiosidad.

—Nada, no se preocupe, solo tonterías mías —se sobó la nuca—. Bueno, nos vemos.

Entonces, mientras giraba para proseguir con su caminata, le paré con mi voz. Esto no podía quedarse así.

—¡Espera! Yo... —me armé de valor y lo solté—. ¿Me darías una oportunidad para conocernos mejor? No sé ni siquiera tu nombre, pero hay algo que me ha atraído de ti... —y esta vez quería algo para taparme la cara; una almohada, si pudiera ser.

Él se volvió para verme y sonrió con aquellos dientes de conejito que tanto me habían cautivado.

—Si nos volvemos a ver, haré su petición realidad, se lo prometo —se puso en frente de mí, y él mirando hacia abajo, sostuvo mi mano delicadamente dejando solo mi meñique y la llevó hasta la suya, así obligándome a hacer una promesa.

—Nos vemos pronto, hyung.

Después se alejó y me dio una última sonrisa, dejando las pequeñas arruguitas alrededor de sus ojos a la vista.

Definitivamente a ese chico le gustaba darle felicidad a sus propios días, y a mí también.

El chico del paraguas ;; taegguk.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora