Tenemos una opción en nuestro paseo por la tierra. Amar cada instante que se nos presente como si fuera el único, pero a veces siento que es imposible, que no queda nada para amar sin ella a mi lado. A veces me quedo sentado frente al papel donde juré cumplir mis sueños y pienso que no hay nada que valga la pena escribir porque nadie sentirá el dolor desgarrador que llevo desde hace tan pocos días; sin embargo de repente llega un recuerdo que eriza el bello de mi piel y hace todo posible.
«Un vestigio de mi propia vida junto a la de ella».
Después de haberla conocido en aquel maravilloso verano traté de seguir mi vida. Mi destino claramente no fue el mismo, pero sin embargo luego de haber transcurrido cuatro años la rutina hizo presencia al saber que nunca más me la cruzaría. Que nunca más sentiría sus labios tocarme con la intensidad característica de su personalidad.
Tal vez y sólo tal vez, ella fue una ilusión. Sin embargo los sueños en los que ella aparece como una sirena en medio del océano me recordaban que sí había existido, que sí había sentido el tacto de su piel sedosa contra la mía aquella vez en la arena…
Pero en fin, un veinte de noviembre del dos mil doce por fin lograría ser leído por una muy prestigiosa editorial. Ese fue mi sueño o en realidad uno de tantos, poder llevar mis letras y mis palabras a cada persona de mi país. Si el cielo me lo permitía también al exterior.
Quise por primera vez que alguien me escuchara ya que no era muy bueno hablando, tal vez plasmar mis pensamientos en el papel me ayudaría. Así que ese día salí de casa con un gran portafolio donde iba todo impreso, me había costado unos buenos billetes, pero si todo salía bien a la noche estaría celebrando la firma de un buen contrato.
Las palmeras de la avenida donde vivía se batían con fuerza como si en cualquier momento un aguacero fuese a caer sobre mi cabeza, por lo cual apresuré el paso hasta la parada de autobuses rogando que pasara un bus lo más rápido posible, pero de hecho lo que pasó fue diferente. En un nanosegundo mi cuerpo colisionó con el de alguien más haciendo que el portafolio y otro objeto desconocido volara por el aire mojándose instantáneamente.
—No, no por favor… —supliqué rogando que ninguna hoja de papel estuviese malograda. Me agaché sin reparar en la otra persona y abrí el portafolio con cuidado dado que aun llovía a cantaros.
—Oye, ¿Estás bien? —preguntó una voz que pensé que nunca escucharía más en toda mi vida. Por unos segundos me quedé en shock.
El agua corría sin permiso por toda mi ropa, pero gracias al cielo las hojas del portafolio estaban intactas, así que con una lentitud de película recuerdo haberme levantado del suelo y haber mirado anonado aquel indicio de cabello azul celeste.
Aquella sonrisa angelada que nunca faltaba en su rostro, ni hablar de ese perfil delicado que llegaba hasta sus ojos marrón chocolate intenso.
—¿Azul, eres tú? —Le pregunté como si en cualquier momento se fuera a desvanecer de entre las gotas de lluvia, pero aquel tono sarcástico que nunca la abandonó me respondió.
—No creo que sufras de alguna clase de miopía, Jon.
Y solo eso bastó para volver a detener mi corazón y olvidar todo lo demás. Les juro que podía haberme enamorado de cualquier otra mujer, que tal vez incluso podía seguir mi vida como si nada. Pero… ¿Quién en su sano juicio lo haría?
Ella tal vez no fue toda mi vida, pero si fue ese hogar único e inigualable.
Al haberla encontrado por segunda vez me propuse mantenerla cerca y así fue.Un mes después de salidas y quedadas juntos recuerdo haberla invitado a lo que llamo mi caja de fósforos. Mi humilde morada.
Fue una cosa de locos de principio a fin, si soy sincero fue mejor de aquella forma. Lo nervioso que estaba, ella lo hizo parecer una bobada sin interés.«Mi Azul fue única…»
—Y ese es todo el recorrido —le dije después de haberle mostrado hasta el mínimo rincón de mi casa.
—Es acogedor, se parece mucho a ti —comentó unos minutos luego.
Mis manos sudaban de sobremanera, al parecer mi cuerpo reaccionaba con una extraña urticaria con su cercanía, no tenía el control de la situación y ella se dio cuenta de inmediato porque sus pies se toparon con los míos y sin previo aviso me estampó un beso.
Uno lleno de toda la ansiedad que me consumía y toda la seducción que la caracterizaba. Para cuando nos separamos no pude más que boquear como un pez en busca de ese anhelado aire.
—Estas inquieto, mi cielo.
«Mi cielo»
—Sueles causar ese tipo de sensación en los hombres —le expliqué ahora más relajado.
—Los halagos no funcionan tan rápido, señorito —me acusó presionando sus manos sobre mi pecho hasta llevarlas al reverso de mi cuello—. Pero aquí entre nos, adoro causar esa sensación en ti.
Mi “yo” joven disfrutó esa noche como muchas de las otras a su lado. Ambos sabíamos lo que queríamos y no nos detuvimos hasta conseguirlo.
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Azul
Short StoryHay personas que cuando se van dejan un vacío irreparable en nosotros, pero hay otras que a pesar de que su ausencia nos pesa, son especiales e inolvidables. Les amamos tanto que deseamos que todos conozcan lo valiosos que fueron, que cada amigo, de...