Es cierto, no creo en la gente buena.
No creo que podamos meter a la gente en cajones según su actuar.
Creo que existen personas. Así llegan al mundo, en blanco. Nadie es totalmente bueno o malo. Creo que existen buenas y malas decisiones.
Personas que toman decisiones, buenas y malas. Personas.
Me preguntaron si quería que mis padres me visitaran mientras estuviese internada. Quería decir que no. Dije que sí. Porque tenía miedo.
Muy temprano en la mañana, llegó la nutricionista a darnos el desayuno. Me observó, intentando disfrazar su desdén (y fallando rotundamente).
— ¿Tú eres la niña que intento suicidarse?
Está claro que no respondí.
— ¿Por qué lo hiciste?
Vuelve la preguntita.
—¿Sabes lo que darían muchas mamás y papás por tener un hijo tan sano como tú?
Volteó a ver a los otros padres en la sala e hizo la pregunta:
— ¿Qué darían ustedes por tener a su hijo sano?
Señora, yo tampoco estoy sana. Estoy internada en un hospital.
— Todo. Cualquier cosa. — fue más o menos la respuesta general.
Pasado el incómodo momento, deseé con todas mis fuerzas que la señora tuviese un terrible día. Uno muy malo. Tan malo, que pensase: "quizá esa niña lo estaba pasando mal".
Había algo que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Un recuerdo muy lejano, que revivió en ese momento. Algo que creí haber borrado, pero en realidad sólo bloqueé.
Yo tenía unos siete años. Mi hermana y yo quisimos hacer una pijamada en mi habitación. El señor P y mamá nos traerían algo rico para comer. Pero estábamos... Un poco asustadas. No había sido un buen día para ellos. O entre ellos.
"Estaba nerviosa, muy nerviosa de hacer algo que nos pusiera en una situación peligrosa. Ya había desarrollado un instinto en cuanto a esas cosas.
Hasta que pasó. Me oriné en los pantalones.
Quedé paralizada.
Tonta. Tonta. Tonta. Tonta. TONTA.
Él no tiene porqué darse cuenta. Cuando vuelva, actúa con naturalidad y luego te cambias. Fácil. Tranquila. Tenemos el control.
Pero estaba equivocada.
Cuando él llegó a la habitación y me vio, lo supo. No recuerdo mucho, la verdad. Está muy borroso. Solo sé lo siguiente:
Mi madre y mi hermana observaban, en silencio.
El señor P me ordena que me baje los pantalones.
Obedezco.
Ve el desastre.
Y.
Me da una bofetada que me desorienta a tal nivel, que pierdo el equilibrio, caigo y me golpeo en la cabeza con el borde de un mueble.
Recuerdo eso. Estar tirada en el suelo, con la vista borrosa y los pantalones abajo.
Al final, se disculpó, me llevó algo delicioso para comer y le di un fuerte abrazo de buenas noches, junto a un beso en la mejilla y una sonrisa.
Cuando se apagó la luz, lloré en silencio."
No entendía porque justo al estar internada en la clínica, mucho tiempo después, el recuerdo volvió a mí. Quizá estuvo allí todo el tiempo y yo lo ignoraba. O tal vez se escondió para protegerme.
Gracias a la terapia que afortunadamente tomé, aprendí algo fundamental: el cerebro sabe lo que hace, aunque no seamos capaces de verlo. Pero siempre llega el día en que entendemos porqué funciona así. Porqué reaccioné, porqué no lo hice, porqué pensé, o no. Todo tiene su razón, la mente es más sabia de lo que creemos.
Al momento en que me recuperé de aquel recuerdo, volteé a ver a Señor P. Se preocupaba mucho por mí y mi familia. Siempre lo admiré por lo trabajador y comprensivo que era. Siempre tan cariñoso.
Una simple muestra de disciplina era su manera de amar, pues quería lo mejor para mí.
Él me quería. Tenía que hacerlo. Yo podía ser amada.
Había mucho movimiento por el pasillo de hospital, sin embargo, yo estaba paralizada. Y era lógico, me mentalicé para la muerte.
Los médicos me permitieron tener un teléfono, de aquellos muy antiguos y que mi hermana menor amaba coleccionar, para escuchar música de la radio. Entonces, justo antes de almorzar, llegó de carrito de los juguetes.
Básicamente, era un doctor con nariz de payazo que paseaba con un carro repleto de juguetes que nos prestaban por el día. Al llegar la noche, los retiraban. Así todos los días.
¿Yo? Yo dejé atrás mi infancia hace demasiado. Llevaba siendo una mini-adulta desde los 9, cuando entendí qué rayos pasaba. No me gustó lo que entendí.
Pedí papel y lápices. No podía leer, bueno. Podía escribir. No era nada coherente, en realidad. Solo... tenía que hacer algo para no pensar en los chicos a mi alrededor. Loa especialistas que me trataron e incluso quiénes trataban a los otros muchachos, me hacían pensar que esos niños tenían problemas reales.
Y quizás estaban en lo cierto. Tal vez solo decían la verdad y por eso me dolía tanto que pensaran así.
Yo les creí.
Así que escribía lo que fuese para ignorar mis problemas imaginarios. Todos seríamos felices, otra vez.
Tuve tres segundos de esperanza cuando esa idea llegó a mí, hasta que mamá relevó a Señor P para que el saliese a trabajar. Mi madre, con ojos dolidos, me entregó algo.
La primera carta.
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Lo Agridulce De Septiembre
No FicciónEl problema no es estar roto, el problema es no ser capaz de repararte. Cuando estás internada en un hospital, bastantes cosas pierden su valor y sentido. Septiembre me enseñó cosas, por ejemplo, matar a mi pesadilla. Pero, en el proceso, maté otra...