Sin Salida

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Era un día húmedo y el frío me tenía completamente rígido, pero aún así estaba tan alerta como siempre, me escondí detrás de uno de los miles de árboles que estaba a mí alrededor y esperé. En el momento en el que avisté a aquel escurridizo venado que me había evadido toda la mañana inhalé y alé de la cuerda de mi arco con una gran sutileza, el venado parecía no notar que me encontraba a punto de terminar con su vida así que liberé todo el aire que se encontraba dentro de mis pulmones y lentamente dejé ir la cuerda del arco, se disparó la flecha a una tremenda velocidad y pude ver como el venado se desplomaba al piso. Me acerqué a él, retiré mi flecha, la cual había impactado directamente en su ojo, terminando rápidamente la vida de aquella criatura, manteniendo su carne y piel completamente intactas para ser utilizadas después. Satisfecho guardé la flecha en el carcaj y monté al enorme animal en mi espalda para regresar a casa.

Habían pasado ya un par de horas desde que comencé mi caza por aquel evasivo ciervo y poco recordaba el trayecto que tomé durante la persecución, sólo caminaba en línea recta esperando que eso me llevase de regreso a la aldea. Mi preocupación sólo aumentó en el momento que noté que la niebla matutina comenzaba a hacerse más densa, a tal grado que al cabo de unos cuantos minutos no podía ver más lejos de cuatro pasos de distancia. El miedo recorría mi cuerpo mientras lo único que pasaba por mi cabeza era la aterradora idea de estar perdido con nada más que un ciervo muerto para hacerme compañía.

Continué caminando, me sentía completamente exhausto, la tentación de abandonar al venado para aminorar mi carga era grande, pero este había sido el primero que apareció desde hace ya unos varios meses y no podía perder mi oportunidad. Poco a poco podía sentir como la desesperación inundaba mi cabeza, me sentía impotente al no poder encontrar una salida de este horrendo lugar. Finalmente mi angustia y cansancio fueron tales que decidí poner el ciervo en el piso y sentarme bajo un árbol para recobrar mis fuerzas.

No tenía idea de cuánto tiempo había estado caminando, pero parecía una eternidad y a pesar de ello la neblina no parecía aclararse en lo más mínimo. Estaba a punto de perder la esperanza de alguna vez volver a la aldea, me sentía derrotado y lo único que quería era regresar a la comodidad de mi casa.

De pronto algo inesperado pasó, dos pequeñas esferas de luz aparecieron de entre los árboles, no sabía lo que eran, pero me sentía atraído a ellas por alguna razón, tal vez era por la sensación de familiaridad que emanaba de ellas. No podía apartar mi vista de ellas y quedé hipnotizado por la hermosa danza que hacían al moverse de un lado al otro. De repente ambas se postraron frente a mí y comenzaron a moverse hacia delante, acto seguido mi cuerpo comenzó a moverse involuntariamente en su dirección.

Mientras seguía aquellas brillantes bolas de energía la niebla inicio a disperse poco a poco, cuando por fin pude recobrar la vista me encontraba en un prado y las luces se encontraban inmóviles en el centro de este. Poco a poco aquellas esferas comenzaron a crecer y tomar forma, juntas formaban al silueta de una mujer y un niño tomados de la mano, quede atónito ante esta imagen y pude notar por que aquellas luces me resultaban tan familiares. Esos destellos no formaban la silueta de dos personas cualquiera, estas eran las siluetas de mi esposa y mi hijo, comencé a llorar recordando que aún seguía atrapado en este lugar y ellos estarían muy preocupados al no conocer mi paradero.

Entonces las siluetas comenzaron a moverse hacia adelante una vez más, al ver esto corrí hacia ellas gritando sus nombres, pero las luces solo aumentaban su velocidad. Yo solo continuaba siguiéndolas desesperadamente, esperando a que en cualquier momento se detuviesen y corrieran en mi dirección pero esto no ocurrió, en cambio se alejaban aún más de mí hasta que eventualmente desparecieron. En ese momento deje de correr y me tiré de rodillas al piso, lancé un grito de agonía tan desgarrador que cualquier criatura en un radio de cuarenta metros lo habría oído.

Por fin había llegado a mi límite, mi sufrimiento era tal que sentía como si mi vida ya no valiese nada ya que las dos personas a las que más amaba habían desaparecido. La única razón para seguir luchando se había esfumado. Estaba solo en medio de un lugar desconocido. Seguro de que me encontraba sin salida.

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