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A mi madre,

Siempre me pregunté cómo lucía el cielo. Cómo lucía por dentro, de cerca, estando entre las nubes y entre todas las estrellas. Madre, siempre quise tocar las nubes. Cuando me atrapabas en el balcón, mirando hacia arriba, a la nada, en realidad, yo me estaba preguntando cuál era la textura de las cosas en el cielo. ¿Las nubes eran algodón? ¿Podría recostarme en ellas algún día? ¿Las aves me verían?

Madre, solo estoy divagando ahora. Pero esas palabras, las que acabo de decir, son para que entiendas que yo nunca quise estar en esta tierra. Sé que sabes que siempre fui diferente. Las madres saben eso, ¿no es así? Debiste darte cuenta cuando nací. Debiste notar que sería un hijo alejado, que me dedicaría a solo pensar la mayor parte del tiempo. Pensar no es malo, pero nunca me hizo bien a mí.

Madre, tú siempre fuiste una mujer extraña. Es posible que yo nunca haya entendido tu manera tan peculiar de amar. Cuando era niño, una vez me dijiste que, si lloraba, tu corazón también lo hacía. ¿Cómo explicarte que durante años el principal motivo de mi llanto fuiste tú? Me amabas, mamá, pero hubo golpes y bofetadas. Sí me amabas, como toda madre a su hijo, pero hubo insultos que a un niño de cinco años le marcarían de por vida. Sé que ahora que lees esto, frunces el ceño y no entiendes. Es que tú no recuerdas cuando hieres. Dices que solo eres honesta, que hablas desde el corazón, pero no te das cuenta de todo el dolor que se forma a tu alrededor.

Mamá, esto no es tu culpa. Al final, esta ha sido mi decisión. Incluso sin los malos tratos, yo hubiese muerto joven. ¿Sabes por qué? Porque yo creo que nací triste, mamá. Nací sabiendo que me iría pronto. Quizás por eso siempre me gustó escribir, porque entendía que, aunque yo no estuviera, deseaba que quedara algo de mí. Que la gente supiera que existí, que aunque nací para morir, yo existí y dejé palabras.

Madre, al día de hoy, yo no sé si te amo. A los cinco años, estaba seguro. Te amaba. Los pequeños dibujos y las cartas que dejaba en tu mesa de noche fueron prueba de ello. Mamá, creo que todo cambió a los once. Cuando regresamos de ese viaje a Jeonju y tú me encaraste por haber hablado mal de ti con papá. Nunca te pude explicar, no me dejaste. Mamá, la verdad es que una de esas noches en Jeonju, cuando fuimos a cenar y tú hiciste un escándalo porque confundieron tu plato con otro, yo le susurré a papá que no entendía el por qué de tu molestia. Era comida, nada más. Te dieron lo que pediste minutos después, pero aun así, pasaste toda la noche inexplicablemente fastidiada. La noche siguiente luego de regresar a casa en Seúl, papá se fue a emborrachar con sus amigos. Cuando volvió, tú le gritaste. Le arrojaste mi libreta y las hojas salieron disparadas. Papá te dijo que estabas loca, que hasta yo ya me había dado cuenta y te contó, con muchas tergiversaciones producto de su amargura, lo que yo le dije esa noche en el restaurante. A la mañana siguiente, me acusaste de odiarte. Te echaste a llorar y me gritaste que si eras una mala madre, que me largara. Once años tenía, mamá. Yo no te odiaba, pero ese día me di cuenta de que ya no quería amarte. Ni a ti ni a mi padre.

Mamá, creo que solo me dueles.

Tengo el recuerdo de ti diciéndome que moriría antes de ganar un Nobel. Madre, tenías razón. He muerto y no he ganado ningún Nobel. Pero no fracasé como esperabas. Mi primer libro vendió lo suficiente para sacar un segundo y el segundo, lo suficiente para un tercero. Escribí dos poemarios también, aunque yo de poesía no sé mucho. Mamá, fui el escritor de veintitrés años más exitoso en Francia. Pude comprarme una casa en Annecy y costear las botellas de vino con las que quería emborracharme. Mamá, pude vivir de la literatura. ¿Tú de qué vives?

Sé que no esperas mi dinero, pero que te sentirás traicionada si a tu puerta no llega ni un centavo. Mamá, ahora Donghyuck tiene todos los derechos sobre mis obras. Puedes sentir que te he traicionado.

Mamá, tú no querrás nada de mí. Tú odias tal cosa como la homosexualidad y yo, irónicamente, me enamoré de un hombre. Hubo ocasiones en las que sentí por mujeres, me gustaron, pero mamá, nunca tanto como de quien ahora te hablo. Él fue mucho más.

A pesar de los logros, de la enorme casa en Annecy, del vino y lo generosa que fue Francia conmigo, siempre lamenté no ser el hijo que esperabas.

Cuida de ti, por favor.


Jaemin

THE LETTERS (Nomin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora