Jeno,
Hay una palabra en la que he estado pensando estos días. Saudade. Está más allá de la melancolía y es más profunda que la tristeza. A este momento, es una estupidez guardar que me he sentido así todo este tiempo. Ha sido inevitable mi declive y también lo será mi muerte, por eso te escribo para despedirme.
El tiempo que te tuve a mi lado fue el más feliz de mi vida. Solo esos recuerdos del viejo y buen tiempo y la inalcanzable necesidad de escribir son lo que me ha mantenido vivo todos estos años. Ya no me queda lo último, y a ti, que fuiste lo más importante para mí desde que te conocí, hace mucho que te perdí. He intentado buscar otra palabra, otro verbo, porque no me gusta decir que yo te perdí cuando ambos sabemos que fuiste tú quien cortó la cuerda. Es solo que tampoco me gusta pensar que tú me dejaste.
Lamento mucho ser un recuerdo de lo incorrecto que puede sentirse el amor, pero no puedo lamentar el haberte amado todos estos años. Aquí te confieso que por mucho tiempo esperé que tu corazón volviera a quererme, que me quisieras tanto de nuevo que el anhelo de verme te obligara a escribirme, que me enviaras una carta a esta casa, la casa que antes fue del gran Monet. Hubiese bastado una palabra, Jeno, el más simple "vuelve" para que yo dejara todo en París y volviera a Joseon con mi magullado corazón para entregártelo otra vez. Si tan solo me lo hubieses pedido, devotamente habría vuelto... Yo... ¿Por qué me vuelvo tan deficiente cuando intento hablarte?
He escrito cartas que nunca te envié. Las cartas más tristes, llenas de reclamos, de posibles presentes de haber sido diferentes nuestras elecciones pasadas. Las cartas más desesperadas algunas veces, y otras, las más ridículas al querer contarte cómo ha sido mi vida aquí. Cada mañana llegan pasquines a mi puerta, sirvo café, escribo, sirvo vino y no dejo de escribir, miro al cielo, pienso en ti. No sé si alguna vez lo sospechaste, pero mi decisión de venir a Francia no fue puramente por la pretensión de encontrar qué sé yo en la literatura. Quería dejarte ser feliz como me pediste. Esperé que mi memoria se llenara de este lugar, de sus dificultades, de su novedad, pero los recuerdos de nuestra corta felicidad corrieron tras de mí con una inmediatez que me dejó perplejo. Es que no pude olvidarte.
Los primeros meses aquí fueron un desastre. Soy un bueno para nada en casi todo. No sabía francés, a duras penas entendía dos o tres palabras (pronunciarlas me resultó el mayor de los inconvenientes). Haechan hablaba por mí. Tampoco sabía los precios reales de las cosas, así que muchas veces fui estafado. Supongo que es inevitable la suerte del extranjero.
Jeno... ¿A qué se reduce exactamente el amor? Cuando me dejaste aquella tarde, no sabes lo perdido que me sentí. Dijiste que querías ser normal, ¿pero qué de extraño había en nosotros? Yo... Supongo que la respuesta estaba en cada moretón sobre mi piel, en mi adolorida espalda y mis nudillos rotos por los golpes de mi padre. Verme así... Todavía me pregunto si eso fue lo que te asustó. Yo era la imagen viva del hombre que es castigado por desobedecer la normalidad de las cosas... Hoy me pregunto si en algún momento, en alguna vida, habrá un lugar en el que podamos estar juntos sin temor.
Solo dos semanas después de ese día, supe que te casarías. Te confieso aquí que se me cayó el mundo. No pude dar crédito a lo que mis oídos escuchaban, no quise confiar en las palabras de mi padre. Fui a verte, Jeno. Fui a verte y cuando estuve frente a tu puerta, me encontré con la figura de tu prometida apoyada en el balcón de tu habitación, en pijama, y fumando con la mayor gracia que una mujer puede tener. Había pasado la noche en tu casa y astutamente sabía que todos en la calle podíamos verla. No le importaba. No le preocupaba. Entonces, de alguna manera, entendí que ese era un mensaje tuyo a través de ella. Querías que me alejara de tu vida para siempre. Volví a casa con la vida desecha y el corazón medio muerto. Esa misma noche comprendí que no podía permanecer más en Seúl. Ese lugar, que antes había sido nuestro, ya no me pertenecía.
Hoy todavía pienso que dejarte ir fue el mayor gesto de amor que tuve en mi vida. Sin embargo, como un mártir, arrastré este amor por cuatro largos años. No puedo arrepentirme menos de haber sentido tanto por ti. Sucede que estos fueron los sentimientos más intensos y sinceros que experimenté en toda mi vida, y por eso solo me queda darte las gracias.
Resulta innegable para mí admitir por este medio que la mayor parte de las cosas que mis manos crearon y, las que me llevaron a conseguir una modesta fama en este país, fueron hechas pensando en ti. Tú estás en los versos más tristes que escribí, en cada buena historia mía; tú estás en todo el romance que he creado, como una sombra o un recuerdo. Todo lo que fue de mí siempre será tuyo. Qué me has hecho, Jeno.
Esta son mis últimas líneas, Lee. Tu carta es la última que me atreví a escribir y ahora es cuando el tiempo verdaderamente empieza a acortarse. Solo me queda pedirte que te cuides y, de la manera más descarada, rogarte que busques tu felicidad. Sonríe siempre con el corazón y la luna en los ojos, solo como tú sabes.
Te amo inmensamente.
Na Jaemin
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THE LETTERS (Nomin)
NouvellesEn 1957, el cuerpo del escritor Na Jaemin fue encontrado sin vida en su residencia de París, capital de Francia. En su escritorio se hallaron doce pastillas para el sueño de un frasco para cincuenta, esparcidas sobre siete cartas dirigidas a su fami...