Como cada año, cuando el verano comienza a llegar a su ocaso, todas las familias londinenses se preparan, de nuevo, para una vuelta al colegio.
Compran lápices, cuadernos, mochilas... Todo lo necesario para que su hijo esté bien equipado desde el primer día de clase hasta el último. Acuden a grandes centros comerciales y vacían sus bolsillos para la fecha que muchos consideran el verdadero principio de año.
Pero, si además tienes once años y eres mago, esa fecha marcada en el calendario es el comienzo de una nueva vida.
En lugar de lápices compramos plumas y tinta. En lugar de cuadernos, viejos trozos de pergamino. Y no hay mejor sitio en Londres para conseguir todo eso que el callejón Diagon.
Habíamos planificado el día al milímetro. Primero iríamos a por túnicas a Madame Malkin y nos aseguraríamos que fueran de altísima calidad. No podíamos poner cualquier cosa a nuestro pequeño heredero.
A continuación, compraríamos todos los libros y útiles necesarios para un primer año en Hogwarts siguiendo al dedillo la lista que tan amablemente la directora Mcgonagall había adjuntado junto a la carta de admisión y terminaríamos adquiriendo una nueva lechuza. Mi marido dudaba que nuestro fiel, pero viejo, búho real soportase una clase de transformaciones.
Pero no podíamos estar más equivocados.
Apenas dos horas después de haber arribado en el callejón, nuestro pequeño hijo divisó la famosísima tienda de Sortilegios Weasley. Y ahí estaba yo, parada frente a la puerta soportando como mi pequeño tiraba de la manga de mi túnica para que cediera a entrar.
Mi marido, el muy canalla, se fue riéndo entre dientes y murmurando que era algo que debía afrontar sola y, muy a mi pesar, tenía razón.
No había vuelto a ver a George Weasley desde que terminada la batalla en Hogwarts decidió romper lazos con todo aquél a quién considerase culpable de la muerte de su gemelo. Y yo, siendo una Riddle, fui una de las perjudicadas de esa decisión a pesar de haber estado en el mismo bando que él.
Llegué a oír que durante un tiempo también se alejó de su familia, pero para entonces yo ya había aceptado el acertado compromiso que mi padre concertó meses antes de la batalla y que, hasta la partida de George, me había negado a aceptar.
--Venga mamá, por favor, sólo diez minutos. He escuchado hablar de esta tienda. Es la mejor de todo el callejón. ¡Te lo suplico! --lloraba mi hijo ante la atónita mirada de muchos transeúntes molestos por estar parados a mitad de la entrada.
--Está bien. Tú ganas querido. Pero no pienso gastar más de quince galeones --sentencié rogando a Merlín de no cruzarme a mi viejo amor.
En su interior, la tienda era toda una explosión de color, sonidos y olores que lograban embriagarte.
Y dar dolor de cabeza también.
Tantos años aislada de las múltiples maravillas del mundo mágico habían hecho mella en mí. De tal forma que, la alocada jovencita, había quedado recluida en el fondo de mi ser abriendo paso a la fachada narcisista que habituaba a usar por los pasillos de Hogwarts cuando no quería que nadie me conociera tal y como era y que, en el transcurso de los últimos años, había adoptado para uso público diario.
Intenté perseguir a mi hijo por aquél laberíntico recinto antes de desistir y esperar en el centro de la tienda a que él revisara todos y cada uno de los productos Weasley antes de elegir cuáles serían dignos de merecer los quince galeones que yo había cedido sin mucha resistencia.
Había niños de todas las edades agotando las estanterías del renovado surtido saltaclases, adolescentes riéndo alrededor de los filtros de amor y algún que otro adulto poco responsable revoloteando por ahí.
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Cuando George rompió mi corazón ||TERMINADA||
FanfictionDiecinueve años después de que Voldemort fuese derrotado, el heredero Malfoy comienza su primer año en Hogwarts. T/n, su madre y fiel esposa de Draco Malfoy, se reencuentra con su amor de la adolescencia, George Weasley, cuando acompaña a su hijo po...