UN TESORO DORADO

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Durante el transcurso del día no hubo ninguna señal de sus compañeras. Hanna estaba triste, pero fingía estar tranquila. Después de desayunar todos decidieron hablar sobre cuál sería el siguiente paso de la misión.

—No debemos perder más tiempo, no sabemos si Nelia está buscando también o sí ya lo tiene —dijo Vito.

—Sam no ha tenido más visiones sobre ella, ¿o sí? —preguntó Alec.

—No, no he tenido ninguna desde que llegamos a la isla.

—No podemos avanzar sin ellas —recalcó Hanna.

—Tal vez las encontremos mientras buscamos —inquirió Dane.

—Que gran idea, Dane —dijo Vito —. Podemos buscarlas a ellas mientras buscamos el Orbe.

No esperaron demasiado, prepararon sus armas, ajustaron las escasas provisiones que tenían y se dispusieron a buscar por toda la isla.
El calor iba a ser un problema, así que Hanna sacaba pequeñas frutas de un color rosado que contenían agua. Cada cierto tiempo les entregaba un puñito de frutitas.

Después de caminar por horas, Dane reconoció el terreno. Estaban a lado de la cascada de Romavina. Aprovecharon para llenar las cantimploras con agua y refrescarse. A lo lejos, Dane se percató de que Romavina estaba negando con la cabeza, pero esta vez no se acercó a reclamar.

—¿Qué miras? —le preguntó Vito.

—Ah… no, nada —respondió el bardo.

—Tal vez sea tu amiga la ninfa —dijo Hanna con una mirada asesina.

—Oye, no te pongas así —respondió el bardo, pero Hanna apresuró el paso.

Después de su pequeña parada en la cascada de Romavina siguieron con la búsqueda. El sol denotaba que la tarde ya había llegado y tras cruzar un sumidero, se toparon de frente con lo que parecía ser una pared hecha de piedra caliza. Por su aspecto dedujeron que debía tener siglos de antigüedad, pero a pesar del tiempo que tenía, había runas que eran fáciles de ver.

—¿Alguien sabe qué dice? —preguntó Dane.

—No tenemos tiempo de leer runas, Dane, debemos continuar —dijo Sam.
Vito tocó su hombro como muestra de apoyo y siguieron caminando.

Durante el trayecto había más trozos de piedra y cada una tenía inscripciones. El bardo no paraba de pensar en lo qué podían significar esas runas, pero se quedaría con la duda pues nadie podía leerlas.

—¿Están seguros que no saben que significan? —volvió a preguntar Dane.
—¿Para qué quieres saber eso? —cuestionó Vito.

—Tal vez nos dé una pista de dónde está el Orbe…

Fue después de pronunciar esas palabras que todo en la mente del bardo se aclaró, el pequeño acertijo que Romavina le había dicho tenía sentido ahora.

Dane volteó a todos lados como un loco buscando a Alec. El chico lo miró con intriga y Dane lo tomó del brazo. Nadie entendía que sucedía, hasta que Vito le leyó el pensamiento.

—¡¡¡Eres un maldito!!!

—¿Qué sucede? —cuestionó Sam.

—"Busca en las letras que solo uno sabe leer", Romavina, te debemos una —recitó Hanna.

Volvieron a toda velocidad a la pared de piedra y Dane casi obliga a Alec a leer, Hanna tuvo que explicarle lo que sucedía y se puso a traducir con prisa.

—No puedo creerlo —comentó Sam con molestia.

—¡Silencio! No me puedo concentrar —se quejó Alec.

El muchacho repasó varias veces las runas escritas, había veces dónde hablaba en una lengua extraña y otras veces hasta se rascaba la cabeza. Tras unos quince minutos de espera Alec chasqueó los dedos.

—¿Lo tienes? —preguntó Vito.

—Odprite vrata nase usode —dijo Alec en una lengua desconocida para el bardo, y las runas se iluminaron.

Todos se echaron para atrás, preparados para cualquier cosa, pero no pasó nada peligroso y una puerta comenzó a formarse frente a ellos. La nueva entrada conducía hacía una especie de sótano con unas escaleras que no veían fin.

—¿Qué pasará con ellas? —cuestionó Hanna, temiendo por sus compañeras.

—Temo que no hay tiempo que perder, Hanna —dijo Alec con pesadez.

Hanna no quería, pero ella sabía muy bien que debían continuar si querían darle una oportunidad al mundo. Aunque los viajeros dudaron un poco en si debían bajar, no les quedaba alternativa. Después de que todos estuvieran adentro, la puerta se cerró.

—Supongo que es por acá —comentó Dane tratando de romper la creciente tensión.

Hanna improvisó unas antorchas y con la nueva iluminación al menos veían por dónde pisaban. El bardo trató de iluminar los costados y se percató de que no había paredes y que el fondo era bastante profundo.

—Oigan, ¿Quien construyó esto? —preguntó Dane tratando de enfocar su atención hacia donde él pisaba pues no se veía fondo.

—Los primeros habitantes de este mundo —respondió Alec.

—Ajá, ¿Y esos son? —preguntó Sam.

—Elfos, los elfos fueron los primeros en pisar nuestro mundo —dijo Vito.

—Elfos… —se impresionó Dane, recordó las viejas historias que le contó su madre.

—¿Dónde están ahora? —cuestionó Sam.

—Nadie lo sabe —contestó Alec.

—Según las leyendas —comenzó a recitar Dane —, vieron que la humanidad estaba condenando su tierra, así que ellos decidieron esconderse en las montañas. Se dice que construyeron palacios gigantes y que cualquier ser vivo que se acerque no se le vuelve a ver.

—Nah, puros cuentos para niños —replicó Sam.

—Cuento o no, la historia tiene razón en algo —dijo Hanna —. La humanidad siempre busca el modo de destruirse a sí misma.

El grupo llegó al final de las escaleras y continuaron por el camino recto. La poca iluminación de las antorchas provocó que avanzarán en fila, con Hanna a la cabeza con el arco preparado. Alec era el más alto, así que él se quedó hasta atrás.

Todos iban con algo de miedo y se podía notar el nerviosismo en sus caras. Incluso Vito que siempre estaba feliz o en su propio mundo, denotaba ansiedad. Le temblaban las manos y los pensamientos de los demás no ayudaban.

A lo lejos, se alzaba una luz dorada, parecía ser oro. Dejaron las antorchas en el suelo y conforme avanzaban notaron unos cuerpos calcinados, algunos tenían la ropa característica de los guerreros de Nimag.

—Algo que no hemos visto mató a estos —dijo Sam.

—Estén atentos a cualquier sonido o movimiento —advirtió Hanna.

Estaban cerca del objeto que emitía esa luz tan brillante estaba dentro de una capilla que cubría ese preciado tesoro, era el Orbe. Dane se sintió aliviado y emocionado al mismo tiempo, lo habían logrado, lograron llegar antes que Nelia. El mundo tenía una oportunidad.

—Shh —dijo Hanna.

—¿Qué sucede? —preguntó Dane, susurrando.

—Escucho algo, como una respiración grave —Hanna volteó hacia atrás y se quedó pálida ante lo que sus ojos veían, los demás hicieron lo mismo y entonces supieron porque Hanna no reaccionaba.

—¡¡¡Corran!!! —exclamó Alec.

Todos corrieron en distintas direcciones y Dane no sabia cómo se iban a librar de este nuevo peligro no creía que alguna vez hayan matado un dragón.

El Bardo: viaje al fin del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora