Nos fuimos pa' la casa. Lo que sea que la bruja me hiciera me aflojó el cuerpo, ya me podía medio mover. De pronto apareció un señor a una esquina de la casa, venía corriendo.
—¡Rápido, Rápido! —Le dijo a mi amá, todo apresurado. —Don Vicente vino a buscar al Crescencio, que dice que por su culpa se le murió la Jacinta. ¡Rápido! Ya le echamos grito a tu cuñado, el Pancracio. Que se traiga el rifle y sus compinches.
Mi amá se re que te asusto. Me soltó y se echó a correr junto al señor.
—¡Cresencio! —Iba gritando mi amá.
Yo me apuré, pero con tanto trapo ni podía correr bien. Se escuchaban gritos de hombres y relinchos de caballo. Llegué a la esquina y ya nomás vi como un hombre bien vestido, en su caballo negro, sacaba una pistola y ¡pum! directo al pecho de otro, afuera de la puerta de mi casa.
¡ay de mí! Si ese no era mi apá Crescencio. Mi amá pegó el grito y se fue derechito a socorrerlo, pero ya pa' que, la mancha de sangre ya se regaba por todos lados.
—Su hijo me mató a mi Jacinta, pero ya pagó el Crescencio, y que no se me atraviese el chamaco porque me lo echo también. —Gritó Don Vicente, hizo girar su caballo y me vio.
—¡A mijo no! —Le gritó mi amá, la gente ya se juntaba en los dos lados de la calle, con sus armas y sus velas, traían trinches y palos, otros recogían piedras.
—Ahí esta el mocoso que me la mató. —Don Vicente me apuntó con su rifle. Yo me quedé re tieso.
Don Vicente traía los ojos rojisismo, la cara contraída, parecía un diablo sobre su caballo negro. Un señor le aventó una piedra.
—¡Deja al niño! ya te cobraste con el Crescencio. —Le gritó el señor. Los demás decían «!Si! ¡si! ¡déjalo!» Una señora me agarró en brazos.
—No quiero ver a ese asesino en el pueblo, me lo voy a agujerear si lo vuelvo a ver. Ahí les dejo a su apá, pa' que vean que conmigo nadie se mete, que nadie me mata a mi familia y se queda sin justicia. —Gritó Don Vicente, dando de vueltas en su caballo.
En eso se abrió la gente por el otro lado de la calle, venían tres caballos, la señora me jaló y todos corrieron dejando la calle libre. Yo me agarré a la esquina de la casa para ver.
—Suelta muchacho, no veas eso. —Me decía la señora. Pero mis dedos se hicieron de hierro. Mi amá, con la cara hundida en el pecho de mi apá, parecía no darse cuenta.
Mi tío Pancracio nomás vio a mis apás sacó la pistola, sus compadres también, Don Vicente rápido le dio a uno, que cayó de su caballo. La gente contuvo el aliento, mi tío echó tres tiros, el primero falló, el segundo hizo salpicar la sangre de Don Vicente y el tercero lo tiró del caballo.
—¡Pero que esta pasando aquí! —Gritó alguien, con voz agitada. Era el padre de la iglesia. —¡Qué barbaridad! ¡válgame dios! ¡hijos míos!
Los compadres de Don Vicente seguían al padre, eran los sirviente de la iglesia y traían sus armas. Detrás de ellos salió Doña Regina, rápido se abrió paso y llegó al cuerpo de su esposo. Mi amá y Doña Regina estaban igual, con el marido muerto en brazos. Los hombres de mi tío y los de Don Vicente se apuntaban.
—¡Hágase la paz! —Dijo el padre. —¡Bajen sus armas, esto no es lo que quiere el señor! —Se puso en medio de la calle, ya todo el pueblo se encontraba ahí.
Me sentí todo asustado, ya estaba tan frío que sentía calor. Sudaba, creo que ya ni respiraba, mi apá estaba ya muerto, Don Vicente también, y ora' que íbamos a hacer mi amá y yo solos. Apenas sonreía después de la muerte de mi hermanito.
ESTÁS LEYENDO
La Jacinta y los demonios.
TerrorEn un alejado pueblo, hace mucho tiempo, un par de adolescentes se enamora, pero una serie de sucesos hará que su historia termine de la forma menos pensada.