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Día 5. Concepción

5. Y nos dieron las nueve.

Lan Zhan, un joven empresario de Gusu, viaja por una larga carretera deseando un poco de calma, desviando su camino principal rumbo al aeropuerto con un boleto a una maravillosa playa en el Caribe hacia un pueblo olvidado por Dios.

No sabe que rayos hace ahí, solo ve que el camino de tierra es horrendo para su coche blanco y las llantas nuevas que recién le había comprado. Para entrar a la ciudad, Yiling, hay un enorme arco color rojo dónde dos bestias de piedra cuidan cada extremo de la estructura. Se escuchaban ruidos de música, tambores, gritos, vítores y fuegos artificiales brillaban sobre el cielo y los hogares, Lan Zhan se preguntaba si existía algún festival en toda China, ya que con frecuencia tendía a olvidar las festividades que no se relacionen o con su trabajo o con su familia.

Estaciona frente a una posada tan vieja como su tío pero bien cuidada y alquila una habitación, preguntando al amable hombre sobre la festividad.

-¡Es la ceremonia por el Patriarca de Yiling! ¡Nos ha protegido por generaciones! Desde los tiempos ancestrales cuando nuestros antepasados volaban sobre sus espadas y cazaban yaos malvados, protegió este lugar con su cuerpo... -el hombre comienza a detallar la historia de un joven sin nombre, guerrero y brillante, al cual arrojaron en una guerra a un vacío lleno de bestias horrendas y como retornó al mundo de los vivos para vengar la muerte de los suyos, para después ser calumniado y repudiado, asesinado por otro imponente guerrero. Ahora el alma de ese joven se dedica a proteger Yiling de bestias y fantasmas, por lo que el mismo pueblo decidió rendirle homenaje, cada treinta y uno de octubre celebraban y encienden papel moneda, hacen ofrendas en los pies de una montaña conocida como los Túmulos Funerarios.

Lan Zhan agradece al hombre y decide salir a caminar, observando las lámparas de papel rojas escritas con buenos deseos, dibujos de conejos y el título del Patriarca. Hay niños, jóvenes y muchachas vestidas de túnicas largas y hermosas, qipaos y como samuráis japoneses, incluso puede ver muchos cosplays por ahí. Puestos de comida por todo el lugar, bailes, música, risas. Es un lugar tan despreocupado y libre del estrés caótico de la ciudad, Lan Zhan se siente tan tranquilo, hasta que ve a un muchacho escabullirse de un callejón.

No luce sospechoso entre todo el mar de gente disfrazada, sin embargo, cuando hace contacto visual con él, a través de una máscara gruesa, puede notar como se tensa y la boca dulce se tuerce en una mueca de impresión y después de disgusto. No lo conoce, no sabe quién es, pero su corazón tiene un vuelco cuando esté sonríe y comienza a bailar al ritmo de una alegre melodía que una jovencita toca y canta con su violín. El joven mueve fluidamente sus brazos en forma de olas, da vueltas y mueve con gracia los pies envueltos en botas oscuras; más gente se une a su danza hipnótica, pero nadie se mueve como él, como si hubiese tenido mucho tiempo para practicar la danza y no algo que salió para tratar de atrapar su atención.

Lo ve salirse del círculo de bailarines y brincar hasta él, comenzando con un andar felino, con los largos cabellos oscuros cayendo sobre los costados de su delgado y oculto rostro.
Parece decir «sígueme» con sus labios de melocotón, y él es tan estúpido que se olvida de todo y lo persigue todo el camino hasta el final de la calle, justo donde solo la luna y un farol brillan. Él sigue bailando, con su túnica negra y roja moviéndose alrededor de su cuerpo delgado y esbelto, dejando ver sus botas negras. Siguen un camino hasta la oscuridad de las faldas del imponente montículo de tierra, justo aun lado del altar dedicado al Yiling Laozu, ve la pintura de un hombre joven con la misma máscara que este muchacho.

-¿No le da miedo venir por estos rumbos con un desconocido? -pregunta el muchacho a Lan Zhan, quien parece despejarse de la bruma mental al verlo quitarse la máscara y dejarla en un espacio cercano a los pies de la pintura, parece que este chico era un ladrón de artesanías, piensa, así que elige ser cauteloso con él.