_Envido.
_Tres más.
_Se ven tres.
_Paso a chica.
_Y yo.
_Y yo.
_Se fue.
_Pares, sí.
_No.
_Sí.
_Sí.
_Envido.
_Órdago.
_Quiero.
Tiramos las cartas al suelo, Carmela las había lanzado con fuerza sobre la toalla rosa que cubría el césped artificial que nos sostenía. Ella tenía dúplex de reyes, sotas, y yo dúplex de reyes, caballos. Gané la última partida de aquella tarde. Dolores y yo reímos como niñas mientras que Carmela y Josefina se enfadaban con el mundo. Llevábamos varios años compartiendo casi todas las tardes del verano. Hacíamos muchas cosas; crucigramas, despellejar a otras vecinas, jugar a los chinos, criticar a los cónyuges, partidas de cartas... Algunas dominaban más el Tute, otras el Chinchón, otras el Hijo puta, a mí me encantaba el Mus. Con mucha paciencia nos habíamos enseñado unas a las otras los juegos que sabíamos. Algunas veces intercambiábamos con algún juego de mesa que nos gustaba para olvidarnos de los piques entre parejas.
Aquella noche habíamos quedado para salir a cenar a las zonas comunes de nuestra urbanización. Algunas con sus maridos correspondientes y otras solas. El banquete se ofrecía sobremanera. Una lujosa mesa de plástico blanca, cubierta por un pequeño mantel que apenas la tapaba, con dibujos de Portugal y gallos pintados, presidia el trozo de césped que habíamos elegido para montar la fiesta. Josefina siempre se encargaba de la tortilla de patata, le salían buenísimas. Dolores aportaba chorizo de su matanza y tocino del bueno, de ese correoso que se te escurre de los dedos por el aceitillo que suelta. Carmela era dada a traer empanadas y un delicioso sorberte de limón. Martina, bajó champiñones al ajillo y unas tostas de salmón marinado que nos habían enseñado a hacer Dolores y Josefina años atrás. María contribuyó con mini bocadillos de beicon con queso y un cubilete repleto de gominolas para después. Yo bajé un paté de pimientos de piquillo con atún y quesitos, casero, y un bizcocho borracho para el postre y las copas de después.
Era el 16 de agosto y había lluvia de estrellas. Después de arrasar con todo lo que había en la mesa, decidimos jugar entre todos al papel en la frente. Era un juego estúpido que nos sacaba risas reprimidas. Consistía en cortar papeles en trozos pequeños y decidir un tema del que tratar, por ejemplo: comidas, animales, personajes, vecinos, famosillos... Después escribíamos un nombre en el papel que teníamos y se lo pasábamos al de la derecha. Cada uno teníamos un papel escrito por otro, el cual pegábamos a la frente ayudados de nuestra saliva. A base de preguntas que solo se pudieran responder con un sí o un no, teníamos que descubrir cada uno el nombre que teníamos. Era un juego de niños con el que pasábamos momentos divertidos. Habíamos aprendido a convivir a ratos, tratando de crear un ambiente grato para todos. No todos éramos del agrado de todos, pero por respeto y afinidad al resto nos esforzábamos por tratarnos bien.
La vida nos había llevado a cada uno por derroteros diferentes, pero por motivos del azar estábamos todos reunidos en un barrio cualquiera.
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Un barrio
RandomLa vida de varias mujeres de distintas edades, se cruzan en algún momento del camino de la misma. Con el paso del tiempo consiguen crear un vínculo tan fuerte que su amistad estará por encima de todo. Aprenden a respetarse y a cuidarse las unas a la...