CAPÍTULO 1
Tessa
—¿Papá?
No es posible que el hombre que tengo delante sea quien es, por mucho que
esos ojos marrones me resulten familiares.
—¿Tessie? —Su voz es más grave que en mis recuerdos lejanos.
Hardin me mira, con los ojos centelleantes, y luego mira a mi padre.
Mi padre. Aquí, en este barrio de mala muerte, con la ropa sucia.
—¿Tessie? ¿De verdad eres tú? —pregunta.
Me quedo helada. No sé qué decirle a este borracho que tiene la cara de mi
padre.
Hardin me pone una mano en el hombro para que reaccione.
—Tessa…
Doy un paso hacia el extraño y él sonríe. Su barba castaña está salpicada de
canas, su sonrisa no es blanca y limpia como yo la recordaba… ¿Cómo ha
acabado así? Todas mis esperanzas de que hubiera enderezado su vida igual que
Ken se han esfumado. Me resulta más doloroso de lo que debería que este
hombre sea mi padre.
—Lo sé —dice alguien, y pasado un instante me doy cuenta de que lo he
dicho yo.
Recorre la distancia que nos separa y me rodea con los brazos.
—¡No me lo creo! ¡Estás aquí de verdad! He intentado…
Hardin me aparta de él sin dejarlo terminar la frase. Retrocedo, no sé muy
bien cómo comportarme.
El extraño, mi padre, nos mira alerta y asombrado. Pero, afortunadamente,
pronto vuelve a adoptar la postura despreocupada de antes y a guardar las
distancias.
—Llevo meses buscándote —dice pasándose la mano por la frente,
extendiendo así un manchurrón de mugre por la piel.
Hardin se planta delante de mí, listo para lanzarse al ataque.
—No me he movido de aquí —le contesto con calma, mirando por encima
del hombro de Hardin.
Le estoy agradecida por querer protegerme, y me paro a pensar que debe deestar de lo más confuso.
Mi padre lo mira de arriba abajo.
—Vaya —dice—. Noah ha cambiado mucho.
—No, es Hardin —replico.
Mi padre arrastra los pies un poco y se me acerca unos centímetros, aunque
Hardin se pone tenso al verlo moverse. Está tan cerca que puedo olerlo.
O bien es el alcohol, o bien es el resultado de haber abusado tanto de él lo que
ha hecho que los confunda: Hardin y Noah son polos opuestos y es imposible
compararlos. Mi padre me rodea con un brazo y Hardin me lanza una de sus
miradas, pero niego ligeramente con la cabeza para que no se meta.
—¿Quién? —Mi padre no me suelta durante una incómoda eternidad mientras
Hardin se queda ahí parado, mirándonos como si estuviera a punto de explotar,
no de rabia, sino porque no parece tener ni idea de qué hacer o decir.
Ya somos dos.
—Es mi… Hardin es mi…
—Novio. Soy su novio —dice terminando la frase.
Los iris marrones del hombre se hacen más grandes cuando por fin asimila el
aspecto de Hardin.
—Un placer, Hardin. Yo soy Richard.
Extiende la mano sucia para estrechar la de Hardin.
—Igualmente… —Hardin está muy desconcertado.
—¿Qué hacéis por aquí?
Aprovecho la ocasión para apartarme de él y colocarme junto a Hardin, que
vuelve a ser el de siempre y me estrecha contra su costado.
—Hardin ha venido a hacerse un tatuaje —contesto como una autómata. Soy
incapaz de procesar lo que está pasando.
—Ah… Qué bien. Yo también he sido cliente aquí alguna vez.
Imágenes de mi padre tomándose un café antes de salir de casa por las
mañanas para ir a trabajar inundan mi mente. No se parecía en nada a lo que
tengo delante, no hablaba así y, desde luego, por aquella época no se tatuaba.
Entonces yo era una niña.
—Sí, los hace mi amigo Tom.
Se arremanga y nos enseña algo que semeja una calavera en su antebrazo.
No parece suy o, aunque a medida que lo observo con más detenimiento,
empiezo a ver que le pega.
—Ah… —Es todo cuanto consigo decir.
Esto es muy raro. Este hombre es mi padre, el hombre que nos dejó a mi
madre y a mí solas. Y aquí lo tengo…, borracho. Y no sé qué pensar.
Una parte de mí está emocionada, una pequeña parte que, en este momento,
no quiero reconocer que existe. En secreto, llevo esperando volver a verlo desde
el día en que mi madre mencionó que había vuelto. Sé que es una tontería, una estupidez, pero en cierto sentido parece que está mejor que antes. Está borracho
y es posible que ni siquiera tenga casa, pero lo he echado de menos más de lo
que creía y puede que simplemente haya tenido una mala racha. ¿Quién soy yo
para juzgarlo si no sé nada de él?
Cuando lo miro, y miro luego la calle que nos rodea, se me hace raro que
todo transcurra con normalidad. Juraría que el tiempo se ha detenido cuando mi
padre se ha acercado tambaleándose hacia nosotros.
—¿Dónde vives? —le pregunto.
La mirada defensiva de Hardin está fija en él. Lo mira como si fuera un
depredador peligroso.
—Ahora mismo no tengo un sitio fijo. —Se enjuga la frente con la manga.
—Ah.
—Estaba trabajando en Raymark, pero me despidieron —me dice.
He oído antes ese nombre, Raymark. Creo que es una fábrica. ¿Ha estado
trabajando de obrero?
—¿Qué hay de tu vida? —añade—. ¿Cuánto tiempo hace…? ¿Cinco años?
Hardin se tensa a mi lado cuando digo:
—No. Nueve.
—¿Nueve años? Lo siento, Tessie.
Arrastra un poco las palabras. El apelativo cariñoso me duele en el alma: ese
nombre pertenece a los buenos tiempos. A cuando me levantaba en el aire, me
sentaba sobre sus hombros y corría conmigo a cuestas por nuestro pequeño
jardín, antes de que se fuera. No sé qué pensar. Quiero llorar porque llevaba
mucho tiempo sin verlo. Quiero reír porque es irónico encontrármelo aquí, y
quiero chillarle por haberme abandonado. Me confunde verlo así. Lo recuerdo
como a un borracho, pero entonces era un borracho furibundo, no un borracho
sonriente que le estrecha la mano a mi novio y le enseña sus tatuajes. A lo mejor
ha cambiado y ahora es un hombre más amable.
—Tenemos que irnos —dice Hardin mirando a mi padre.
—Lo siento mucho. No fue sólo culpa mía. Ya sabes cómo es tu madre… —
se defiende agitando las manos—. Por favor, Theresa, dame una oportunidad —
me suplica.
—Tessa… —me dice Hardin, a mi lado, en tono de advertencia.
—Danos un minuto —le pido a mi padre.
Cojo a Hardin del brazo y me lo llevo aparte.
—¿Qué demonios estás haciendo? ¿No irás a…? —empieza a decir.
—Es mi padre, Hardin.
—Es un puto borracho sin techo —me espeta molesto.
Los ojos se me llenan de lágrimas al oír las duras verdades que ha dicho
Hardin.
—Llevo nueve años sin verlo.