Realmente no creí que Cupido llegara a flecharme después de todo.
Veinticinco años de mi vida esperando a que este bendito momento pasara... en realidad no, pero tampoco esperé que fuera de ella.
Otra princesa, pero con príncipe.
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Usualmente, cuando somos niñas, nos encanta fantasear.
Un día somos una hada, otro día somos una sirena, al siguiente somos una guerrera, una princesa, una bailarina, todo lo que a nuestra imaginaria mente se le ocurra.
Vemos películas de princesas y deseamos ser ellas. Queremos su vestido, queremos sus zapatillas de cristal, deseamos su carruaje, queremos su castillo, queremos a su príncipe. Deseamos enamorarnos y tener una historia de amor como la de los cuentos de hadas, pero en realidad no sabemos nada de lo que es el amor.
Cuando somos niñas y nos enojamos con mamá, usualmente deseamos ser mayores, deseamos ser adultos, deseamos crecer y dejar de ser tan solo un niño. Pero de todos los deseos que llegamos a pedir en esa inocente edad, ese, ese es el peor.
Porque tan solo somos unas hadas del bosque con nuestras alas de alambre y no sabemos nada.
Cuando crecemos nos obligan a dejar nuestras fantasías y ver que en realidad no podemos ser una sirena, o en mi caso, que no tendría un príncipe.
En su lugar conocí a una princesa.
Ella era...
Sally era la típica chica en peligro que necesitaba ser rescatada. Era tan pequeña y frágil que en ocasiones deseaba poder convertirla en una rosa y resguardarla dentro de una cópula de cristal.
Pero este era otro deseo que no se podría cumplir. Yo tan solo deseaba que ella se mantuviera a salvo, pero mi Sally, como una princesa, era un poco torpe e ingenua.
Yo era su guerrera, (me hacía pintar todo de rosa), la protegería de todo, (me tenía hechizada), solo tenía que sostener mi mano, (no era tan difícil), solo tenía que mantenerse a salvo.
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