Capítulo único.

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El viento soplaba por los alrededores, sonaban a los alrededores, pegandose a los oídos, parecidos a susurros lamentables. El escalofrío que recorrió sus cuerpos como el aviso de un peligro inminente sólo levantó aún más la tensión circundante.

Las arenas que pisaban eran adornadas por los restos huesos amarillentos roídos de las pobres almas en pena que ahora revoloteaban invisibles alrededor de los obligados a caminar por ese sendero tenebroso. Los dientes castañeantes de uno de sus compañeros, daba la sensación de un rápido conteo regresivo.

A lo lejos, enormes figuras de piedra se alzaban silenciosas, parecían tener inmensos ropajes que cubrían sus cabezas, sus manos estaban huesudas y sus uñas eran largas mostrándose con ímpetu en las diferentes posiciones con las que los habían esculpido.

El eterno atardecer que matizaba en entorno en un rojizo inquietante. Los pasos eran constantes bajo vacilaciones inevitables. Era imposible caminar, las respiraciones se hacían cada vez más pesadas, el oxígeno parecía no ser el suficiente para abastecer al pequeño grupo de cinco personas que habían terminado allí.

Cuando llegaron a los pies de las enormes estatuas, notaron que estas rodeaban un sendero, cual caballeros siguiendo a una procesión real. el grupo de viajeros tenían sentimientos diferentes, algunos se encogieron, sus cuellos parecían querer esconderse como una tortuga al interior del caparazón; otros respiraban agitadamente, mientras sus lágrimas empapaban sin cuidado sus mejillas, secándose casi al instante para luego volver a mojarse. La cuencas vacías de las enormes estatuas con las cabezas gachas, vigilaban los tensos movimientos de los que por ahí se atrevían a caminar; parecía que se llevarían el alma de cualquiera que estuviera dispuesto a mirar fijamente.

Los lamentos de los viajeros empezaron a sonar como susurros bajos, siguiendo el sonido del viento que se lamentaba que dejaban de ser susurros. Los pasos se hacían pesados y lentos, la sensación de opresión era cada vez más enorme y un aroma repugnante de inmundicia empezaba a apoderarse del entorno. El viento ya no hablaba bajo, el viento empezó a gritar, los tímpanos de los pobres hombres que terminaron atrapados empezaron a sangrar, y luego ellos, empezaron a gritar. Una sinfonía escalofriante de gritos unísonos.

El suelo empezó a temblar, las estatuas dejaron de estar quietas para luego retroceder, se veían elegantes y tranquilas, todo lo contrario a los viajeros que empezaron a llorar, algunos se dieron la vuelta queriendo correr y huir; sin embargo, las almas en pena se unieron actuando como barrera, encerrando al pequeño grupo en espera de su juicio final.

A unos metros la arena empezó a moverse, se agrietaba y un bulto escondido entre los pequeños granos sobresalía, poco a poco mostrando una especie de ser grisáceo, parecía una cabeza, pero no tenía protuberancias más que unos agrietados labios.

De pronto todo se quedó en silencio y la enorme boca de ese ser se abrió mostrando dientes rectos y continuos. El pútrido aroma se hizo potente, asfixiante, dentro de la boca y entre los dientes, habían rastros de carne y huesos.

Una bocanada de aire frío y hediondo se alcanzó a tomar, antes de ser empujados por la barrera invisible hacía la cabeza sin rostro. Lloraron, se negaron, gritaron y pidieron auxilio, aun, mientras sus huesos estaban siendo triturados y aún, mientras sus gritos se volvían susurros para unirse al viento.

Eterno atardecer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora