Maldición De Metal

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―Entonces ahora que estamos aliados, no sé si será un placer, pero, espero que podamos sobre llevar esto ―una figura femenina habló mientras que alzaba la mano frente al hombre que tenía delante.


La mujer sonrió. Sería fácil, un simple vistazo a lo que ella sabía que tendría que enfrentar tarde o temprano.

Su magia fue poderosa, quizá una de las más versátiles en ese campo, aprendiendo tantos hechizos, era obvio que alguno se le hubiera olvidado, pero no importaba.

Quizá era un suicidio estar tan cerca de aquel hombre, más la mujer planeó de ante mano algo, de reojo pudo ver al maestro de la espada, assassin, cerca y apoyado contra uno de los pilares del lugar.

El suelo de piedra pulido y cortado casi parecía reflejar la luna.

Ahora...

―Oh, me siento tan horado de que te sientas feliz por este acuerdo ―La desconfianza que le generaba el hombre de rojo siempre hizo que lo tuviera en otro punto, en otra liga paga prevención, pero ahora, esa mala sensación por fin podría darse a conocer de dónde provenía. De aquel hombre, aquel arquero.

Aquel demonio.

―Si fueras un poco más expresiva, hasta pensaría que quieres seducirme, Caster ―Allí estaba, Medea aun no se quitó su capucha, no era por nada, pero mantener ese estatus era crucial ahora, pero no importaba.

Solo un movimiento y sabría que tanto podía esperar del Archer de esta guerra.

Caster lo vio, como aquel arquero rojo sonrió con sorna mientras que levantó su mano con cuidado de no hacer ningún movimiento innecesario que pudiera causar algo.

Cundo por fin toco la mano de la mujer, ella entró, enlazó, y se preparó, puesto que era hora de ver, aquel alma de ese hombre de porte carmín.

...

Hacía calor.

Medea abrió lentamente los ojos mientras que observó el paisaje. Era la primera vez que cuando intentaba ver los recuerdos, o, mejor dicho, un fragmento de alguien, pasaba aquello.

Aquello que usó no fue una magia que sirviera para algo en aquella guerra, no cuando tenía que estar en contacto directo y su yo externo quedaba suspendido al igual que el del enemigo, no servía en combate.

Dejando ese pensar de lado, lo primero que notó Medea fue que tenía calor, demasiado, como si estuviese en un desierto. Medea refunfuño por lo bajo mientras que abría los ojos y ponía las manos en el suelo.

Arena.

Fue entonces que lo vio, como el brillo se aclaró y dio luz a lo que tenía en frente.

¿Qué era aquel mundo que tenía frente a sus ojos?

Engranajes girando de manera perpetua en aquel lugar mientras que el cielo teñido de un naranja muerto iluminaba el lugar.

¿Las almas eran así?

No.

Espacios blancos o recuerdos perdidos por todos lados, eso fue lo que ella recordaba, entonces ¿Qué era todo esto?

Algo tibio surcó su mano izquierda, fue entonces que lo vio cuando bajo la vista del cielo.

Espadas.

Había demasiadas, tantas, que no parecían tener fin a lo que llegaba su vista. Cada una clavada en la tierra, de hecho, a su lado mismo podía ver espadas rodeándola, había tantas, que desaparecían en la vista mezclándose con el paisaje.

Susurro de ruego Donde viven las historias. Descúbrelo ahora