Parte 1/3

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1. Caminos cruzados

La Bruja Gris estaba en la cocina de su castillo preparando la cena. Su plato favorito eran los panecillos de leche rellenos de crema, pero no cualquier crema sino la que fabricaban los trols en las oscuras y húmedas mazmorras del castillo.

-Me apetecen unos bollitos de crema, pero voy a comer otra cosa más ligera para guardar la línea -dijo mientras se rascaba la oreja con una cucharilla-. Eso es, voy a preparar una sopa de ortigas con chorizo. Ligera, pero también sabrosa.

Mientras el potaje hervía, se sentó y empezó a tatarear una melodiosa canción. Al terminar la canción se levantó, quitó la olla del fuego y la puso encima de la mesa. Con un largo tenedor comenzó a pescar los chorizos y a comérselos uno detrás de otro hasta que solo quedaron las ortigas.

-Ya no puedo más. No sé por qué me sienta tan pesada la verdura. ¡Qué cansada estoy! Me voy a la cama, mañana recogeré la mesa.

La cocina estaba en la planta baja y su habitación en la torre del castillo.

Ya le faltaban pocos escalones para llegar cuando oyó un ruido lejano.

-No puede ser. -Y se detuvo-. ¿¿Alguien está llamando a la puerta?? ¡Quienquiera que sea se va a arrepentir de molestarme a estas horas!

El lejano sonido se repetía cada vez con más frecuencia mientras la Bruja decidía si bajar o no.

-¡¡Deja de llamar, bárbaro!! -gritó y, dando media vuelta, empezó a bajar las escaleras dando un "¡ay!" en cada escalón-.¡Voy a convertirle en una volarata!

Las volaratas eran unos seres con cuerpo de pájaro y cabeza de rata que vivían en el castillo. Volaban y se comían toda la porquería que encontraban, así que a la Bruja le eran muy útiles para limpiar y además, le hacían compañía.

Cuando por fin llegó, abrió la mirilla de la enorme puerta y vio a un niño mojado y temblando.

-¿Quién eres?

-Abre, tía, tengo frío.

-¿Tía? -repitió la Bruja, abriendo mucho los ojos.

-¡Abre, tía, soy Vania!

-¿¿Vania??

-¡Abre, estoy mojado y tengo frío! -se quejó el muchacho.

El chirrido de las bisagras resonó por los altos techos del castillo.

-¿No te ha escrito una carta mi madre? Vengo a vivir contigo -dijo Vania mientras pasaba adentro.

La Bruja cerró el viejo portón en silencio. Estaba pensando si convertirle en volarata y así poder irse a dormir tranquilamente.

-Dime, hijito, ¿quién es tu mamá?

-Pues, tu hermana, ¿no?

-Claro, pero ¿cómo se llama?

-Hada Azul. ¿Es que ya no te acuerdas, tía?

-¿Hada Azul? -repitió la Bruja; y comprendió que el chico se había confundido de castillo.


2. Una carta inesperada

Los primeros rayos de sol de la mañana iluminaban lo alto de la muralla que rodeaba el castillo del Hada Rosa. Desde allí sus dos gatos seguían con la vista a un pájaro que revoloteaba entre los árboles del jardín.

De repente unas voces procedentes del castillo llegaron a sus finos oídos. Alarmados, saltaron a la hierba y corrieron hacia allí. Subieron las escaleras y entraron en la habitación de su dueña.

El Hada MancilladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora