Estados Unidos

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Recuerdo el sol caliente sobre la tierra roja, el olor a hojas quemadas y los cantos ahogados de mi madre por el ruido del viento afuera de nuestra pequeña casa de campaña.

Mis pies manchaban las alfombras mientras pasaba de una campaña a otra, tomando pedazos de ramitas secas.
Los hombres salían a cazar comida para nosotros, las mujeres le daban leche a sus bebés y creaban alfombras con hilos de lana mientras silbaban melodías.

Después de checar que todos estuvieran bien, iba con mi madre, limpiándome los pies en la alfombra para no manchar más.

- Coyote blanco - mi madre me llamo - ¿Me trajiste las ramas?.

Me acerqué colocándolas en sus manos, acercándome a ella y sentándome entre sus piernas en bolita. Era muy bella, quizás no el estilo europeo pero daba una belleza distinta, sus movimientos eran como el viento, su mirada destellaba luz y sus labios sólo daban palabras sabias.
Apache era mi madre, la más bonita de todas.

Las tiro en su caldero ardiente, moliéndolas con una piedra, cuando ya estaban echas polvo, lo tomaba con la mano y me lo soplaba en la cara, funcionaba igual que el bloqueador.

Era de tono más claro que los demás pieles Rojas, me bronceaba por estar siempre en el sol pero sobresalía de los demás.

Mi mamá me encontró en la arena, tuvo que escarbar con los dedos para sacarme, sólo escuchaba mis llantos ahogados debajo de la tierra. Primero pensó que era un espíritu maligno.
Bendijo esa tierra antes de sacarme, solo por si acaso traía alguna maldición conmigo.

Mi cabello largo me lo cubría con tierra rojiza, ya que era rubio y se dañaba fácil por el sol. Tenía cuidados extras pero decía que me hacía especial.

- Se avecina una tormenta - me susurro.

- ¿Por que lo dices? - le toque su trenza, pasando los dedos por las plumas que colgaban de ella.

- Lo puedo oler - levantó la barbilla con una mirada confundida.

- ¿A que huele? - mire al caldero - Yo solo huelo quemado.

Soltó una risita áspera, acariciando mi cabello

- No se trata de oler, es percibirlo, no tiene un olor exacto, es como un presentimiento - me dio un beso en la cabeza - Yo puedo percibir tu angustia.

- No estoy angustiado - levante la cara.

- Esos ojitos cielo dicen lo contrario - me pellizcó la nariz - ¿En que piensas?.

Mire los ojos negros de mi madre pensativo, no tenían reflejo, pero se sentían como un vasto cielo sin estrellas, tranquilo.

- Pienso en... en mis sueños - musité.

- ¿En que sueñas pequeño coyote?.

- Sueño... en unos... lobos atacándome - tartamudee - Mi sangre era azul.... Blanca y roja, y brillaba como estrellas.

- Quizás sea un mal augurio - colocó sus brazos alrededor mío - Pero no pasa nada... todo esta bien estás en casa.

Suspire metiendo mis manos en las cenizas del caldero, formando un espiral en la palma de mi mano.

- Cuando yo no esté - mamá hablo.

- No digas eso - me negué con la cabeza.

- Tu tienes que ser un líder - siguió, ignorando lo que le dije.

- Tu nunca te irás, no somos humanos - me levante, caminando fuera de la casa de campaña.

De solo pensar que algo le podría pasar a mi madre, me retorcía el estómago.

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