Escucho ruidos en la planta baja. Pisadas; murmullos silenciosos, como del que no desea ser oído; un grito exigiendo que salga de mi escondite proveniente de una voz firme, ronca y que promete falsas esperanzas de una vida normal.
No me muevo, me mantengo en mi posición inicial, fetal, esperando pacientemente a que los invasores den la vuelta y se marchen de mi hogar.
Mi padre trabaja, no lo llamé y no lo llamaré; él no debe enterarse de lo que sucede, no puede.
-¿Podemos hablar? -cuestiona otro hombre, éste con un timbre de voz más agudo, casi familiar y no tan intimidante como el del grito.
Sin embargo, pese a que capto el sonido de la puerta principal cerrarse con fuerza; al momento en el que las palabras brotan y permanecen siendo reproducidas por el eco, no me es necesario abrir los ojos, sé que saben dónde me escondo.
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El recuerdo de aquella chica
Short StoryCada decisión tiene consecuencias, pero ¿Estamos listos para pagar el precio de ellas?