Prólogo

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La colina del antaño

30 de marzo de 2016

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó una ronca y áspera voz tras mi espalda.

Paulatinamente me giré para observar al causante de la cuestión, aunque ya sabía de quién se trataba por su timbre de voz.

El hombre, de complexión algo gruesa y baja estatura, intentaba proporcionarse calor mediante descoordinados movimientos al frotarse las manos. Cabe resaltar el hecho de que parecía un esquimal con esos ropajes excesivos de piel que estoy casi seguro no eran sintéticos; la barba blanca que le daba un aspecto hogareño; y un gorro de lana de color rojo que cubría su incipiente calvicie.

—Mirar al horizonte. —respondí después de analizar a mí acompañante.

—¿A estas horas? —pese a que el tono era tranquilo, no tenía duda de que deseaba salir corriendo de aquel lugar.

—¿Qué mejor momento para observar mi pueblo natal que el amanecer de un nuevo día? —inquerí irónico, regresando la vista hacia el cielo en el que comenzaba a deslumbrarse los rayos del sol alumbrando los tejados de las casas.

—¿Has perdido la cabeza, hijo? —enunció desconcertado. Escuché como sus manos caían a ambos lados provocando un pequeño sonido por la velocidad.— ¡Hace un frío que pela y tú no estás casi abrigado!

Instintivamente bajé los ojos hacia mis manos protegidas por el cuero de mis guantes, mis botas negras altas, pantalón vaquero azul, y camisa de cuadros rojos y negros de la cual sólo era visible una pequeña porción debido a mí gruesa chaqueta impermeable.

Tras analizar a detalle mis prendas le dije:

—No tengo frío. —y metí las manos en mis bolsillos en busca de un objeto en concreto

Cuando alcancé la cajetilla de cigarrillos, la saqué y me introduje uno en la boca mientras intentaba encenderlo con el viento azotando mi cara.

—A estas horas es cuando las temperaturas alcanzan los grados más bajos —escuché a mi espalda—, ¿No te enseñaron meteorología en el colegio?

Frustrado por no poder lograr mi cometido de encender el cigarrillo giré para darle la espalda al viento helado.

Casi al instante el hombre abrió la boca.

—¿No lo habías dejado?

—Supongo que los viejos hábitos nunca mueren. —una chispa recorrió la parte delantera del cigarrillo e inhalé con fuerzas sintiendo como el humo cruzaba mis pulmones y mi cuerpo se relajaba.

—El que morirás serás tú, hijo, si continúas llevando esa mierda a tu cuerpo. —como respuesta exhalé el humo lentamente para que pudiera apreciarlo y de paso darle en el rostro, lo que provocó que arrugara su rosada nariz y apartara el humo con una mano. —¿Nunca cambiarás, verdad?

—El que tu esposa te ponga a raja tablet no quiere decir que todos debamos vivir bajo las órdenes de otro que no sea uno mismo —inhalé de nuevo aquella tortura adictiva—. Vive y deja vivir sin joder a los demás, es ley de vida. Aunque no todos la cumplen, me gustaría haber agregado.

—¿Sabes qué? Déjalo. —su rostro se contorsionó en una mueca de molestia— Es imposible hablar contigo cuando estás de mal humor, es como intentar convencer a una pared de que te deje paso.

El recuerdo de aquella chicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora