PRÓLOGO

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  En las mañanas de los niños solo hay diversión; correr, saltar, interactuar los unos con los otros. Enseñarse las muñecas nuevas, en plan, a ver cuál es la más linda, al igual que con los videojuegos, a ver cuál es el más reciente. Y aunque las generaciones pasan convirtiendo a los niños, cada vez, más distintos que a los de antes, siempre tendrán espacio en sus cabezas para un lugar; los parques.  Esos, en los que las madres o canguros se sientan a descansar y a conversar esperando que, por tan siquiera un día, sus hijos se agoten jugando. Claro está, y por supuesto que no resulta así. Nunca.

Acéptenlo ya, madres.

Y en este parque hay muchos niños deseosos por deslizarse una, y otra vez, por el tobogán. Una gran fila de ellos, de todo tipo; altos, bajos, niñas, niños, rubios, morenos, hasta una de desendencia china, todos por igual respetando los turnos de cada quien. Entre ellos hay dos que son amigas, una rubia y una trigueña, que tocándoles su turno,  les obstruyeron el paso por el túnel.

Un chico muy distinguible por su pelo color fuego y su altura, seguido por otro mucho más pequeño pero con rostro intimidante, detuvieron a la chica rubia justo antes de que pudiera adentrarse en aquel tobogán.

   —Oye —emitió en un chillido la rubia, halando del brazo al pelirrojo—, es mi turno.

   —Ya, pero vamos a entrar primero —dijo él soltándose del agarre.

   —No puedes —le sujeta nuevamente—. No es lo correcto.

El pelirrojo le dedica una mirada al chico a su lado y se ríe.

   —Soy un Smith —dijo el más pequeño.

   —¿Y tu quién eres? —habló el pelirrojo, cruzándose de brazos— ¿Policía?

Se ríen los dos burlándose, y al ver que por fin se calla, se posicionan para deslizarse, pero antes de que lo lograra, ella habló.

   —Y-yo… —tartamudea—. Cuando sea grande lo seré, y no dejaré que muchachos como ustedes se aprovechen de su fuerza o altura.

   —Pero por ahora lo somos, e iremos primero te guste, o no —zanjó el pequeño y seguidamente el pelirrojo dijo: —Que aburrida será tu vida. Yo seré un chef famoso y no te dejaré entrar a mi restaurante.

Sin más, se colaron dejando a aquella chica con los puños apretados y a la otra, en silencio total con la cabeza gacha.

Nathan & ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora