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Hace muchos años atrás, cuando la gran Corea estaba dividida entre reinos y regida por reyes, existió un Rey conocido por tener un frío corazón.

El Rey Min, era conocido por entre todos los reyes como un líder desalmado, su única prioridad era expandir su reino y enriquecer su trono, ¿su gente?, no le importaba, si se morían de hambre o no ese no era su problema, así pensaba él.

Él no era de aquellos que enviaba a sus soldados a matar a sus enemigos, aquel Rey disfrutaba de asesinar con sus propias manos a quienes osaban estar en su contra, una cicatriz en su ojo derecho había sido consecuencia de uno de sus viajes a asesinar, pero aún herido había llegado victorioso a su reino.

Un día, el Rey Min recibió un comunicado de una pequeña aldea vecina, donde no vivían más que agricultores y gente más pobre que el resto.

Aquel mensaje decía claramente que en aquella aldea había un joven que osaba tener el mismo rostro que el Rey.

Por supuesto, el Rey no podía permitir eso.

No podían haber dos personas con el mismo rostro, mucho menos tratándose de el Rey con un simple agricultor.

Inmediatamente se movilizó hacia aquella aldea, ordenó la captura de aquel joven desde el momento en que recibió el mensaje, por lo tanto, para la madrugada que había llegado a la aldea el joven ya estaba preso esperando por el Rey.

Cuando el Rey miró a aquel joven no pudo ocultar su sorpresa, tenían razón, era como verse en un espejo, eran idénticos, como gotas de agua, ¿cómo era eso posible?.

Sin embargo, sintió asco de que un campesino fuera tan igual a él, su ropa estaba sucia, sus cabellos desalineados, su rostro manchado de tierra al igual que sus pies descalzos y sus manos, era vergonzoso.

–¿Cuál es tu nombre?...– Le preguntó.

El joven ni siquiera lo miraba, estaba cabizbajo, con miedo, no entendía, al igual que el Rey, cómo era posible que fueran tan parecidos, estaba igual de sorprendido, pero sabía que eso sería la causa de su posible muerte.

Estaba atado de manos, arrodillado ante su Rey, detrás de él había un verdugo, y a lo lejos, llorando inconsolable, la mujer que lo había criado.

–N-No tengo nombre, majestad...– Respondió con miedo.

Y no mentía, había sido abandonado en aquella aldea desde que era un recién nacido.

Quienes lo cuidaron y criaron no lo dejaban irse más allá de lo que era su pequeña choza más que en las noches para trabajar, no lo dejaban salir ni conocer a nadie más.
Él había cometido la desdicha de desobedecerles por primera vez para saciar su curiosidad sobre qué habrá más allá de su pequeño hogar.

Vaya error.

Los pueblerinos lo habían visto, y por supuesto, no dejaron pasar el increíble parecido con su Rey y dieron aviso inmediato, fue entonces cuando entendió por qué no lo dejaban salir.

–Es vergonzoso...– Dijo el Rey.

Levantó delicadamente su ropa y se agachó para quedar frente a frente a él y mirarlo.

–Un campesino con mi rostro...– Le miró con asco.

–N-No tenía idea, majestad...– Respondió con la voz temblorosa por el miedo.

–Por supuesto que no, y por eso, no morirás públicamente– Le dijo.

El joven se había aliviado, hasta que...

–Morirás aquí, por tu Rey– Sonrió y se puso de pie.

El joven comenzó a llorar de inmediato, suplicó que le perdonara la vida y que si quería viviría oculto toda la vida, sin embargo, el Rey no se podía permitir aquella aberración.

El ángel de la muerte -민에 (YoonKook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora