Se paseó por la cocina con el teléfono en la mano, pegado a la oreja entreteniéndose al hablar con su madre mientras esperaba que su mujer decidiera que ya era una buena hora para salir. Al colgar la llamada, continuaba encerrada en la habitación y él decidió que lo mejor era esperarla sentado.
Le había prometido que esa noche saldrían de fiesta, a bailar y beber, siempre con moderación, como no pudieron hacerlo antes de asumir las responsabilidades que implica casarse y ser padres. No podía decir que no le agradara la idea. Ambos aún eran jóvenes y debían aprovechar esos ratos a solas, ratos en los que se encargaban de que la llama de su matrimonio se mantuviera viva para que la rutina no terminara por consumirlos.
—¡Regina! Tesoro, ¿te falta mucho? —Tocó la puerta de la habitación con los nudillos—No quiero insistir, pero si no salimos pronto la noche pasará y no podremos aprovecharla como querías.
—No seas impaciente, amorcito —respondió del otro lado, permitiéndole escuchar que caminaba de un lado a otro gracias al sonido de sus zapatos contra el suelo—. Un minuto más y estoy contigo.
—Un minuto... un minuto... —murmuró mientras regresaba a la sala de estar para sentarse cómodamente mientras esperaba—Como si no te conociera, Regina. Cinco minutos reales es uno para ti.
—Si dije un minuto es un minuto —Saltó del susto, poniéndose en pie para verla cruzada de brazos justo tras el sillón donde estaba—. No creas que no te escucho solo porque hables en susurros —le recordó, estirando su dedo índice para apuntarlo—. Agradece que estoy de buen humor y quiero disfrutar de la noche porque, de lo contrario, ya podrías ir buscando otro lugar donde dormir por hablar así de mí.
—Déjame verte —desvió el tema, obviando su advertencia y avanzando hacia ella—. Estás impresionante, tesoro.
La hizo girar sobre sus talones y pareció olvidar de inmediato sus amenazas al escuchar el cumplido, permitiendo que la examinara de pies a cabeza colocando la mano en su cadera con una pose perfecta.
Esa noche había escogido un traje de una pieza en color negro, casi transparente, con dibujos de lo que parecían plumas en un tono dorado y muy brillante. Su escote en V le proporcionaba una excitante y perfecta vista de su escote y el corte del pantalón justo en la mitad de su muslo le hacían ver unas piernas aún más estilizadas gracias a los zapatos de tacón, también negros, que lucía. Su cabello, largo y con ondas, un sencillo maquillaje y un par de pendientes y un colgante dorados completaban su atuendo.
—Deja de mirarme y vámonos de una vez —lo apuró, agarrando su bolso y guardando el teléfono y varias cosas que había dejado esparcidas sobre la mesa de comedor un rato antes—. Hace un momento me estabas apurando, pero ahora soy yo quien debe hacerlo.
—De acuerdo. Está bien. ¿Lo tienes todo?
—Sí —asintió, mirando a su alrededor para asegurarse antes de tomar su mano—. ¿Dónde piensas llevarme?
—Es una sorpresa —respondió, mostrándole una sonrisa de satisfacción cuando soltó un bufido y continuó con su interrogatorio.
Luego de conocer los deseos de su mujer, se había dedicado a organizar un poco la noche que pasarían para que no surgieran problemas después. Pensó cada detalle y conforme lo planeaba terminó por entusiasmarle la idea de tal forma que supo que lo más sensato era evitar conducir y tomar un taxi.
Al ver dónde se encontraban, se habría atrevido a asegurar que incluso sus padres, que estaban en Madrid, debían haber escuchado el grito de emoción de su esposa. Regina aplaudió, tirándose a sus brazos y dando saltitos con el entusiasmo de una niña pequeña.
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Eterna Tentación #BilogíaTentación
RomanceLuego de cerrar el caso que los unió, Regina y Alonso deciden instalarse en Ciudad de México para iniciar una nueva etapa en sus vidas. Felices, tranquilos y llenos de trabajo, disfrutan cada momento y cada día junto a su hijo. Ese pequeño que es el...