Capítulo 21.- «Illicit Affairs» Taylor Swift.

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Emmett y yo tuvimos sexo quizá tres veces antes de que yo le confesara que estaba casada

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Emmett y yo tuvimos sexo quizá tres veces antes de que yo le confesara que estaba casada. Él empezó a interesarse por mi vida, el por qué siempre parecía apurada por irme, por qué no podíamos reunirnos en mi casa,  y por qué tenía mi anillo de casada en el bolsillo derecho de mi pantalón. Se enfadó y sorprendió muchísimo, pero eso no lo detuvo, ni a mí.

Volvimos a reunirnos, una y otra vez, él por placer, yo por el deseo de hacer algo secreto y por mí misma, alejada de Owen. 

No me entregué a Emmett, no tenía nada que dar además de canciones y un carácter terrible y pesado, pero él tampoco se entregó del todo a mí. 

—Puedo dejar de verte cualquier día, podemos parar cuando sea, ¿Verdad?— preguntaba él, besando mi hombro desnudo bajo la clara luz del día en su habitación y yo asentía.

Me gustaba estar con él. No llegué a sentir un orgasmo tampoco, pero sentí verdadero placer por primera vez. Si pudiese calificarlo, sería quizá un 6 de 10, cuando el sexo con Owen era un 2 de 10.  Emmett era amable, cariñoso, me acariciaba como si me fuese a romper, como si no fuera una villana, como si no fuese yo. Como si yo fuese alguna especie de chica normal, con piel frágil, y mejillas rosadas. Como si no escondiera algo terrible dentro de mí. Y eso me gustaba, me causaba placer causarle placer, me encantaba parecerle tan atractiva. Me agradaba la forma en la que me miraba, en la que me tocaba y besaba. Era lindo.

Entonces me despedía, con una sonrisa, bajaba del auto y caminaba colina arriba hacia mi casa, con el sudor del sexo en mi piel, y el perfume de Emmett, algo de lo que le pediría que se deshiciera después. 

Owen pasaba por una etapa de estrés e ira constantes, cualquier cosa lo hacía estallar. Si yo hacía demasiado ruido al comer o al reír, si yo me hacía demasiado la graciosa, si lo rechazaba de entre mis piernas, si me negaba a besarlo, él estallaba y golpeaba la pared o cualquier cosa cercana con fuerza.  Me llamaba de mil y un maneras, me acusaba de crímenes que sí que había cometido, pero aún así me parecía excesivo que me hablase de esa forma.

—Eres una bruja, una maldita puta que besa a otros y a su propio esposo no— me dijo una vez, cuando me negué a besarlo.

—Tengo que salir a correr, regresaré cuando te tranquilices y dejes de actuar como un puto psicópata— solté.

ESTÁBAMOS CONDENADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora