Consumida por una maldición

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Relato corto presentado para la convocatoria de la Antología Celta, de Ediciones Freya.

Julie está siendo consumida en vida. Ha perdido mucho peso y por más que lo han intentado, no han encontrado cura alguna a su problema.

Su amiga Sarah le propone una idea para solucionarlo, pero Julie no cree que pueda funcionar.

¿Podrá una druida y la medicina antigua salvarla?


ADVERTENCIA  :  Puede haber contenido sensible al principio del relato como es la mención de trastornos alimenticios.

ADVERTENCIA  :  Puede haber contenido sensible al principio del relato como es la mención de trastornos alimenticios

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Julie se miró en el espejo, como hacía cada mañana. Se agarró el exceso de piel e hincó los dedos en su cuerpo, notando sus huesos al pasar. Tragó saliva y observó cómo su marcada nuez, debido al poco peso, subía y bajaba por su garganta; se apartó, con sumo cariño, un pequeño mechón de pelo castaño, ahora apagado. Con la yema de los dedos, recorrió su marcada mandíbula, acarició sus hundidos pómulos; se llevó ambas manos a la nuca y suspiró con tristeza.

—¿Cuándo he perdido tanto peso? —Se giró en el espejo para ver sus delgadas piernas. De lado, comprobó que apenas se le notaban el pecho o los glúteos y que su cadera sobresalía de su cuerpo en exceso—. ¿Será el estrés?

—¡Julie!

Escaleras abajo, su madre la llamaba, seguramente con el desayuno preparado y servido en la mesa. El estómago de Julie rugió al pensar en la comida caliente que se estaría enfriando en la mesa y la muchacha hizo un gesto de incertidumbre con los labios. Jamás en su vida se había sentido tan hambrienta; sin embargo, parecía no alimentarse lo suficiente: le había costado horrores levantarse de la cama, el simple hecho de meterse en la ducha había sido un suplicio y solo pensar en tener que ponerse los pantalones... Era demasiado trabajo. Pero su estómago volvió a rugir clamando por nutrientes.

—Dios, que sí. —Golpeó con suavidad su vientre.

—¡Julie! —repitió su madre, cada vez más impaciente.

Sacudió la cabeza y se agachó para recoger su ropa de la silla: unos vaqueros que ahora le quedarían grandes, unos calcetines térmicos para que la nieve no le congelase los pies y un precioso jersey de punto que le había hecho su abuela. Se peinó frente al espejo y suspiró cuando vio todos los mechones que se quedaban entre las cerdas del cepillo.

Su madre continuaba llamándola escaleras abajo, pero ella no tenía fuerzas para responder.

—Ya voy, ya voy —murmuró mientras salía de su cuarto.

No estaba preparada para comenzar la mañana; sin embargo, no había nada que pudiera hacer ya. Como todos los días, su madre la esperaba sentada a la mesa, sin levantar la vista del teléfono, por lo que apenas se percató de su presencia y volvió a llamarla a voces. Cuando Julie carraspeó para que supiera que había llegado, se limitó a decir:

Principio y FinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora