El equipo de quidditch de Gryffindor estaba apiñado en la puerta de la enfermería. Madame Pomfrey había cerrado con llave y les ordenó salir de allí apenas llevaron a Eileen. Posteriormente, se acercó la profesora McGonagall. También ella los dejó a todos afuera, esperando ansiosos. Lily Evans se le unió al grupo, junto a Mary McDonald. Segundos después llegaron Hestia Jones y Emmeline Vance. Los minutos pasaban y la falta de noticias comenzaban a desesperarlos.
Parecía que hubiera pasado toda una eternidad hasta que la puerta de la enfermería volvió a abrirse. La profesora McGonagall tenía un aspecto demasiado serio y parecía abatida. Nunca la habían visto así. No parecía enojada, sino más bien preocupada o incluso angustiada.
–Pasen, chicos. Y siéntense por ahí –murmuró en voz baja, señalando las dos primeras camas que estaban libres.
–¿Dónde está Eileen? –preguntó Lily al ver que no había nadie en ninguna de las otras camas.
–Ha tenido que ser trasladada a San Mungo –explicó la enfermera–. Estaba muy débil, casi sin latidos del corazón y apenas respirando. No tengo idea qué es lo que tenía, pero no respondía a las maniobras de reanimación. Así que la enviamos a San Mungo. Allí podrán atenderla mucho mejor y esperamos que consigan salvarla.
***
Elle y Belmont Lestrange escucharon el parte del medimago y pasaron a la habitación de la segunda planta del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. Eileen podría haber parecido dormida, de no ser por la palidez de su rostro que contrastaba con su cabello negro. El sanador le había explicado que un encantamiento la obligaba a respirar mientras otro controlaba su ritmo cardíaco. La niña parecía descansar plácidamente, pero había estado demasiado cerca de la muerte.
Belmont se sentó en una silla junto a la cama de la chica y tomó la mano de su pequeña. Elle observaba a su alrededor pensativa. Los ojos marrones de la mujer recorrían cada punto del cuarto, como buscando pistas. Se recogió el cabello en una redecilla y caminaba de un lado a otro. Desde que era Elle Nott, la mujer se caracterizaba por su agudeza mental, su actuar frío y podía ser muy despiadada. Alguien había atacado a su niña, le habían dado una poción venenosa y ella iba a descubrir de quién se trataba. Y cuando lo hiciera, el culpable desearía no haber nacido jamás. Le haría sufrir tanto que se arrepentiría de alguna vez haber pensado en hacerle algo a su niña. Se encargaría de que nunca más pudiera levantar una varita mágica.
–Iré a hablar con los chicos –murmuró hacia su marido.
Él la observó extrañado. Belmont no pensaba alejarse de la muchacha, pero ella sabía que su hija no se despertaría esa noche. Quedarse a su lado era perder el tiempo. Los sanadores la cuidarían bien. Ella tenía que vengar a su pequeña y, para eso, necesitaba ojos en Hogwarts. Tenía que saber qué estaba pasando en el castillo y quienes estaban al tanto de eso eran los más jóvenes.
–¿Por qué no escribirles...?
–Prefiero hablar personalmente –insistió.
Su esposo asintió con la cabeza y le indicó que estaría allí junto a su hija. Se despidió brevemente y se dirigió a casa de Rodolphus.
***
La puerta se abrió apenas ella tocó el timbre y el elfo doméstico anunció su llegada. La criatura la condujo hacia un salón en donde Rodolphus y Bellatrix tomaban el té.
–¿Qué noticias has tenido últimamente de Hogwarts? –inquirió mirando a su hijo y sin más preámbulos. El ceño de Rodolphus se frunció en una expresión de perplejidad. Era la primera vez que su madre acudía a preguntarle algo de ese estilo.
–¿A qué te refieres concretamente, mamá? –preguntó desconcertado.
–Quiero saber por qué tu hermana está en una habitación de San Mungo debatiéndose entre la vida y la muerte después de haber sido envenenada. A eso me refiero –contestó con frialdad.
A medida que escuchaba cada una de las palabras de su madre, el rostro de Rodolphus Lestrange se transformaba en una mueca de espanto ¿Qué demonios había pasado? Esa poción debía llegar a manos de Eileen, pero para que ella la utilizara en otras personas. Estaba contemplado que la chica no lo hiciera. Rodolphus dudaba que fuera sencillo convencerla y Regulus había prometido hacer todo lo que estuviera a su alcance para persuadirla. Pero no entendía por qué era su hermana la que había bebido la poción ¿Acaso el idiota de Black la había obligado a tomarla si no cumplía la prueba de lealtad? Eso no era parte del plan y si había sucedido tal cosa, él mismo se encargaría de Regulus.
–¿Qué ha pasado? –preguntó Rodolphus, un poco para su madre, otro poco a sí mismo y también a Bella, que observaba la escena con perplejidad.
–Eso necesito saber yo. Han envenenado a Eileen y quiero saber quién ha sido –exigió Elle.
Rodolphus y Bellatrix se miraron desconcertados durante un momento.
–No, Regulus no tenía órdenes de hacerle nada. Solamente de persuadirla a que se los diera a los impuros y traidores –respondió la mujer a una pregunta que su marido no había formulado pero que ella igualmente había comprendido.
–¿Persuadirla de qué? –inquirió Elle–. ¿Qué le pidieron que hiciera?
–Siéntate, mamá –pidió el hombre señalando uno de los sillones que estaba libre. Luego, suspiró y le contó a la mujer todo lo que había ocurrido–. Lo único que estábamos haciendo era impedir que Eileen se convierta en una traidora como Sirius. Lo del compromiso ha sido un error: comenzaron a salir y ella se ha enamorado de él. El muy idiota le ha metido ideas estúpidas en la cabeza y la ha convencido. Regulus nos ha dicho que ella pasa todo el tiempo con Sirius o un grupo de mestizas y sangre sucias. Se lleva bien también con Potter, con todos los de su casa. En Navidad, no se ha quedado a estudiar en la escuela. Ha pasado las vacaciones en un pueblo muggle con la familia de una sangre sucia. Yo he ido a Hogsmeade, traté de hablar con ella para que entrara en razón, pero no ha habido manera. Le hemos dicho que tiene que demostrar de qué lado está su lealtad. Le enviamos una poción venenosa para que la colocara en la bebida de Sirius o de la sangre sucia. Te aseguro, madre, que no era parte del plan que ella la bebiera.
–Le escribiré a Regulus para que me cuente qué sucedió –murmuró Bellatrix.
–Dile a tu hermano que venga –le dijo Elle a su hijo.
Rodolphus asintió con la cabeza y luego de unos minutos, Rabastan llegó a la casa. Acababa de pasar por San Mungo y enterarse lo ocurrido de boca de su padre.
–Quiero hablar con ustedes dos, a solas –exigió la mujer y el dueño de casa los condujo hacia un estudio. Elle realizó el encantamiento muffliato luego de cerrar la puerta tras ella–. Quiero que les quede clara una sola cosa: Eileen me importa más que cualquier lealtad o ideal. No voy a permitir que nadie la lastime. Ni siquiera ustedes –Rabastan sujetó su varita, pero antes de que hiciera nada, la mujer desarmó a sus dos hijos–. Tendrán que prometer que nunca le van a hacer el menor daño a mi hija.
–Madre, jamás tuvimos la intención de lastimar a Eileen –aseguró Rabastan.
–Pasado, pisado. Ahora, me interesa el futuro. Ustedes dos deberán pronunciar el Juramento Inquebrantable para prometerme que no le harán daño a su hermana –ordenó la mujer. Y los dos hijos aceptaron.
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La alianza impensada para cambiar el pasado
FanfictionPetunia Dursley se entera de la muerte de su hermana y quiere revertir ese hecho. Para eso, acude a la última persona que hubiera pensado: Severus Snape. ¿En qué consistirá el plan de ellos dos para cambiar el pasado y evitar la muerte de Lily?