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Makoto llegó del instituto, mostrando impaciencia en su rostro la cual no se dignó a disimular, pues estaba en completa "soledad" en su casa. Cuando finalmente subió las escaleras (las cuales parecieron tomarle una eternidad hasta poder llegar a su destino), abrió la puerta de su habitación entrando a la misma, dejando tirada su mochila en el suelo. Acomodó una pequeña mesa en el centro de su cuarto, tomándose el tiempo de poner cubiertos a cada lado respectivamente para seguidamente ir al armario, poniendo su mano en la manilla.
Entonces le vió.
Un cuerpo demoníaco a medio comer, recién iba por las piernas, dado que apenas habían pasado unos pocos días. El joven pelinegro quería gozar de su última comida grotesca en vida, puesto que para poder disfrutar de tal festín, había dado su vida a cambio.
— Mako-chan~ ¿Que tal te fué en el instituto? — Fué lo primero que dijo aquel demonio de albinos cabellos, extendió sus manos esperando ser envuelto por el cuerpo ajeno, en especial porque ya no podía caminar.
— Nada interesante.
— Siempre tan frío...
Haciendo esfuerzo el asiático sentó en el suelo cerca de la mesa a su comida, apoyando la parte de los muslos sobre la superficie. Makoto agarró sus cubiertos y con cuidado cortó un pedazo de carne, viendo de soslayo la expresión que J tenía que ofrecerle. Metió el pedazo crudo en su boca, masticando el exquisito manjar que juraba se derretía en su boca. La sangre chorreó por un costado de sus labios, y el demonio al ver aquello se enderezó en su lugar, atrayendo aquel cuerpo al suyo, lamiendo la zona juguetonamente.
— ¿Porqué no hacemos algo diferente hoy~? — Propuso. Makoto alzó la mirada, agarrando firmemente sus cubiertos, volviendo a clavar el cuchillo en la piel, para ésta vez meter un pedazo grande de carne en su boca. J pensó que quizás se estaba negando, y estaba a punto de quejarse cuando sintió unos labios húmedos de su propia sangre sobre los suyos, generando en él que abriera sutilmente los ojos para instantáneamente corresponder, sonriendo con malicia.
Era una caja de sorpresas.
— Quiero comer más...— Musitó, siendo este más una súplica que una orden. Makoto se sentía sucio, él, siendo humano tenía tan mundanos deseos... Temía hacerle daño a otras personas, temía perder más su humanidad. Quería sentirse humano.
— Mi pequeño Mako-chan... Ven, te alimentaré bien hoy.— Esta vez fué él quien atrajo aquel fino rostro al suyo, abriendo sus labios para poder introducir su lengua dentro de la cavidad bucal del humano. Makoto, aprovechando esto mordió la masa hasta el punto de sacar sangre de aquella larga lengua. El rubio se quejó, no porque le haya dolido, sino más bien fué porque aún no había terminado de "devorar" aquellos pequeños labios.
