Capítulo dos: María

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_¡Mariiiiiiiiiiiiiiiiiii, me he comprado unos zapatos para el sábado!

Dejé que se pusiera el segundo tic y esperé paciente a ver como se ponían en color azul. Mari, como la llamaba de forma cariñosa, había leído mi WhatsApp.

_¡No me digas! ¡Con que esas tenemos!

_Y una camisa.

_Bueno, Rocío, voy a tener que ponerme las pilas.

Tenía pocas excusas para comprarme ropa normalmente. Salir a cenar era motivo suficiente para cambiar la indumentaria. Hacía mucho tiempo que no salía con ella y su marido. Mi separación nos había alejado un poco. Con María seguía manteniendo la misma complicidad, pero con su marido era otro cantar, aunque nos seguíamos tratando con confianza, la relación había cambiado sin poder remediarlo. Él seguía tratándose con mi ex al igual que conmigo y eso enfriaba nuestras conversaciones y confidencias. Tenían planeada una cita a ciegas, o a medio ciegas. Un compañero de María se acababa de separar y lo estaba pasando muy mal. La excusa no fue otra que mejorar su estado de ánimo. No me lo tomé a mal, hacía un año que había pasado por lo mismo y me vinieron muy bien las atenciones de los amigos.

María era una buena amiga, exactamente eso. Se había convertido con el paso del tiempo en un apoyo incondicional.

Era una persona entrañable, de fácil conversación, dulce de palabra y voluntad de hierro. Tenía un carácter calmado, que pocas veces vi irascible. También destacaba por su excesiva tranquilidad para hacer las cosas, era tanto una virtud como un defecto. No me costó mucho acostumbrarme a su personalidad a pesar de ser todo lo contrario a mí. Me gustaba mucho como se refería a ella misma y a su familia en referencia a su don, solía decir que eran muy plastas.

Amante sin rival de la cerveza, adoraba su sabor por encima de todas las cosas. Solía beber de la barata porque decía que era más floja y podía beber más. Fumadora. No eran muchos los cigarros que gastaba al día, pero un par de ellos no fallaban. Era muy graciosa, porque, aunque su familia sabía que fumaba, se escondía para hacerlo. No le gustaba que sus hijos la vieran hacerlo. Gran persona y mejor madre de una jovencita y un niño preadolescente. 

Llevaba desde muy joven con su marido, y se llevaban de maravilla. Con tiranteces como en todas las relaciones, pero nada destacable.

Hacía dos navidades que había descubierto que tenía alergia a los langostinos, aunque llevaba toda la vida comiéndolos. Siempre que le había ofrecido un exceso de ellos a su cuerpo, este se había resentido un poco, pero no como aquella navidad dichosa. El día después del gran banquete, se comió las sobras como todo hijo de vecino. Después de degustar los pocos langostinos que quedaron, empezó a sentir que le picaba la cara y el cuello. Su hija la alarmó al asustarse por la rojez que presentaba.  La picazón comenzó a ser más intensa y decidió acudir a urgencias. Allí certificaron lo que ella sabía de sobra. Urticaria alimentaria. ¡A tomar por culo los langostinos! Tras unos cuantos pinchazos y unas horitas compartiendo lamentaciones con otros pacientes, la dieron el alta.

Me recogieron en la puerta de mi casa. Eran la nueve de la noche y habíamos quedado con el otro separado a las nueve y media en un restaurante muy conocido de un pueblo cercano.

_Estás preciosa, Rocío. _La miré a la cara, su sonrisa siempre me aplacaba los nervios.

_Gracias, Mari, tú también lo estás. _Era cierto, se había puesto un vestido negro ajustado que marcaba sus curvas y le favorecía mucho.

No era una persona delgada, pero era de esas personas que los kilos se agraciaban en su cuerpo y resultaban atractivas. Se había maquillado con sencillez y había ido a la peluquería por la mañana. Tenía el pelo a melena con mechas claritas. 

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