—Me gusta ese cuadro. —Me dijo el niño frente a mí, después de unos largos minutos de silencio. Apuntó con su índice a la pared a mi espalda, tuve que girarme para darme una idea de a cuál se refería.—¿Cuál? ¿El de la nube?
—Sí, ese.
El pequeño Alex estuvo bastante desanimado durante lo que iba de la sesión, lo cual era extraño, pero no del todo. Después del consabido saludo, aquellas fueron las primeras frases completas que pronunció. Los minutos previos se los había pasado removiéndose en el sofá, afirmando o negando con la cabeza. Por lo que tomé ese pequeño interés como una gran oportunidad para avanzar en la terapia.
—Interesante ¿verdad? Mi padre tomó la fotografía un día que fuimos de campamento, creo que yo tenía diecisiete años más o menos. Yo le digo "El susurro". ¿Cómo la nombrarias tú?
—Mmm... "El susurro" le queda bien. Parece una abuela respetable y sabia de una aldea, cómo en las películas.
—Eso mismo dice mi padre —dije sonriendo—, y yo estoy de acuerdo. Es como si en esa forma sabia, el cielo le contara un secreto a la tierra. ¿Tú que ves?
—Una muerta —contestó con la mirada clavada en el piso. En sus ojos se atisbaba vergüenza, algo de ira y también tristeza.
A mi parecer, esa era la parte preocupante. Su familia pensaba otra cosa.
Su madre lo trajo a mi consultorio prácticamente a rastras y entre lágrimas me dijo: "No sé qué es lo que tiene, pero dice que ve fantasmas, se comporta extraño, se aísla, habla solo. Y yo no sé qué hacer"
Más que la angustia de la madre, me golpeó en el pecho la congoja del niño, que, sin llorar, escondía sus manos entre sus piernas, como si se calentara del frío. Delgado y pequeño, parecía fundirse con el tapiz del asiento. Yo le calculé alrededor de unos nueve años, pero, en realidad, estaba a semanas de cumplir los once.
Ya habían pasado seis meses desde nuestro primer encuentro, y mi impresión sobre él seguía siendo la misma.
Alex es un niño sensible, demasiado empático y muy listo para su edad, por ende, solitario. Suele encapsular sus emociones, lo hace tan a fondo que le cuesta mucho expresarse. Por lo que la respuesta "una muerta", era solo la punta del iceberg de lo que en realidad quería decir.
Y justamente, ese tipo de respuestas, vagas y confusas, era lo que asustaba a su familia.
—¿A quién le está susurrando? —lo insté a continuar. Él me miró por unos segundos antes de empezar a hablar.
—Es una abuela intentando hablar a su nieta. La nieta está llorando por su muerte y la abuela quiere consolarla, pero la nieta no quiere escucharla, podría hacerlo si quisiera, pero no quiere. Si tan solo escuchara...
—Lo que pasa es que no está lista para oírla. Tal vez es más fácil para la nieta pensar que no hay más vida después de la vida, que ese último adiós es realmente el último. No todos procesamos la vida y la muerte de la misma forma —Alex dejó de enfocar su mirada en mis zapatos para mirarme a los ojos y luego dirigir su vista a la pared. En sus ojos ya no había vergüenza ni ira, solo un poco de tristeza—. Tal vez es lo que la mayoría de las personas necesitan creer para seguir con su vida, para lidiar con el dolor: enfocarse en lo que ellos creen correcto, razonable, lógico. Por eso no quieren escuchar ni ver.
Supe que el pequeño había entendido las segundas intenciones de mis palabras por la forma en que me miró. Tan perspicaz como siempre.
—Pero son mi familia, deberían escucharme, creerme... Se supone que me aman.
—Lo hacen, Alex, te aman.
—Pero no me creen. —Su mirada volvió a clavarse en el piso.
—No lo entienden del todo, que es diferente.
Un nuevo silencio se hizo, el niño volvió a removerse en el sofá y se abrazó al cojín. Su mirada se perdió esta vez en la pared, o tal vez el cuadro, suspiró y luego me miró a los ojos.
—¿Usted me cree, doctor? ¿O lo entiende?
Tenía que ser cuidadoso con mis palabras, el triple de lo que siempre he sido.
—Hay una frase de un escritor que me gusta mucho y se puede aplicar a muchas cosas: "Convencido yo, no necesito convencer a nadie más". ¿La entiendes? —el pequeño asintió—. Si lo percibes como real, lo será para ti. Mi trabajo, por ahora, es ayudarte a manejar o entender esa realidad, tu realidad.
—Entiendo —me respondió. Su mirada vagaba entre la fotografía aquella y mis ojos. Los suyos, ambarinos y grandes, mostraron algo de frustración. Tal vez no era la respuesta que quería oír. Soltó un largo suspiro y, extrañamente, sonrió mirando a la pared—. Cuando quieran escuchar, escucharán ¿Verdad?
—Así es, a eso se refiere el libre albedrío. No podemos forzar a los demás a creer.
El niño soltó otro suspiro y asintió. Volvió a sonreír, esta vez mirándome a mí. Se notaba más animado. A unos minutos de terminar la sesión eso era excelente, lo sentí como una pequeña victoria.
—¿Sabe que le está diciendo la abuela fantasma a su nieta? —soltó de pronto señalando aquella fotografía nuevamente. Disimulé mi contrariedad y negué. Alex empezó a hablar suavemente, espaciando entre palabras—. Por lo general siempre dicen lo mismo, cuando es un hijo o un nieto, lo dicen así: "Estoy muy orgulloso de lo que eres, no importa cuáles hayan sido las últimas palabras que te dije, la única verdad es que te amo. Perdón por el mal rato, todos ellos, es que yo también puedo ser un gran idiota".
Pestañee confundido, Alex nunca usaba palabras mal sonantes, incluso ahora se veía incómodo al usarla.
Decidí dejarlo pasar por el momento.
—Es un bonito mensaje, es así como lo diría una persona mayor.
—Es lo que dijo —sonrió con tristeza—. No lo olvide, ¿De acuerdo?
—De acuerdo —le devolví la sonrisa sin entender del todo que no tenía que olvidar. Él pareció más satisfecho y se puso de pie, faltaban casi diez minutos de sesión, pero él la dio por terminada—. ¿Ya te quieres ir?
—Mi hermano tiene práctica de fútbol, él me trajo —fue su respuesta.
Caminó hacia la puerta y sonrió despidiéndose con la mano. Justo antes de salir volvió a enfocar su vista a la fotografía en la pared—. Recuerde aquel día —me dijo cerrando la puerta tras de él.Suspiré y me dirigí hacía la fotografía, yo la había hecho ampliar por lo curioso de su forma y por lo que significaba para mí. Fue nuestro último viaje en familia, la última vez que mi padre me trató como su hijo, días después descubrió que yo era homosexual y todo se fue a la basura. Tiempo después nos reconciliamos, pero muy a su estilo.
La nostalgia me golpeó en el pecho y decidí llamar a mi padre, el teléfono sonó un par de veces y contestó mi hermana en un llanto incontrolable, apenas pude entender lo que decía.
—Papá... él... sufrió un infarto.