Un capítulo mini

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Si hubo miedo por los nuevos sentimientos quedó relegado en un segundo lugar cuando las llamas la volvieron atrapar; no había vía de escape, ni tampoco quería tener una.

Myers la alzó en sus brazos, aunque su peso había aumentado por el embarazo, obviamente, no mostró ninguna queja en cuanto se dirigió a su dormitorio, con ella, sujeta a él. No había otro sonido que el de sus pisadas como sus respiraciones casi contenidas y agitadas o el aleteo de sus latidos, fieros, sabiendo que no había más espera al adentrarse en la alcoba de su mujer. No había un minuto menos, ni un minuto más porque lo estaban deseando. Justo al cerrarse la puerta, otras decisiones ya no cabían más en esa habitación. Así fue...

La ayudó a estar de pie, deslizando su cuerpo lentamente sobre el suyo, rozándose, estirando más la necesidad que se tenían de ellos.

Hubo una lucha de dominio, de poder controlarse, una mentira absoluta porque no se podían controlar, menos con las emociones en alza. Se besaron con hambre, notándose la falta de contacto que habían padecido, ya no había más sufrimiento que la urgencia de unirse. Aun así, Damien intentó no sobrepasarse, aunque los sentimientos no estaban siendo delicados en su interior. La deseaba con desesperación, con una real necesidad que no podía esconder más. Las telas crujieron cuando se apretaron y fueron yendo hacia atrás, con una única dirección: la cama. No hubo más crujidos de las prendas, acabaron estas en el suelo, olvidadas. El contacto de sus pieles les hizo jadear y respirar con profundidad, siendo una experiencia nueva, pero sin serlo cuando se habían amado en unos meses atrás, dejándoles el recuerdo ardiente de su unión. Se miraron con las sensaciones retorciéndose en sus entrañas, ahogándolos sin darles una oportunidad de salvarse. No les importó retorcerlas más; una caricia por la espalda de unos dedos femeninos que acabó en el bajo de la espalda del hombre, otra caricia, pero no de ella, que navegaba desde su cuello hasta posarla en la redondez que empezaba a notarse en su barriguita, donde protegía a la pequeña criatura que, si Dios lo quería, nacería dentro de unos meses.

- No te haré daño - le susurró tras girarla entre sus brazos y abrazarla desde atrás, su espalda rozando con su pecho. Le estaba prometiendo de nuevo no lastimarla, ni ella ni al bebé.

- Lo sé - lo había sabido antes, aunque no se lo mencionó.

Esa sencillez de respuesta lo acicateó más, llevándola consigo a su locura, y mientras la besaba en el cuello, una mano fue deslizándose hacia abajo para explorar sus secretos más íntimos, aunque no tan secretos porque se encontró con el reflejo de su necesidad, húmeda y caliente. Avaricioso de más, la tocó, empapando sus dedos, presionando y deleitándose con los sonidos de su boca que intentaba callar y no podía. Se refugió en su cuello, oliendo su aroma, mareado y no dudó en detenerse. Ni siquiera cuando la sintió desbordarse y gritar su nombre que fue su perdición.

- Me desarmas - le confesó en un quedo susurro.

No le pudo responder porque no tenía dominio de sí misma. Si no fuera porque la sostenía, habría caído desmadejada al suelo. Ladeó el rostro hacia él y no tardó más de un segundo en sentir sus labios volando sobre los suyos, y la besó, notando que se le agarrotaban las entrañas. Le agarró de los cabellos, dándole entender que continuara.

La noche no había hecho más que comenzar para ellos.

No soy como él (Volumen I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora