Al levantarme de la banqueta me mareé, apoyé las manos en las teclas del piano, hundiéndolas en un sonido desagradable que resquebrajó algo dentro de mí. Vi mi oscuro reflejo, una mancha difuminada.
Josep me sostuvo del codo y me preguntó si estaba bien. Me dirigió hasta otra de las salas donde había un sofá bastante cómodo. Me trajo un vaso de agua, di varios tragos y me tumbé en posición fetal, encogida sobre mí misma. Se ofreció a llevarme al médico o a casa, pero lo ignoré. Permanecí entre la vigilia y el sueño, durmiendo pero sin dormir.
—¿Cómo te encuentras?
Abrí los ojos a duras penas.
—Perdona, no sabía que te habías dormido.
—Estoy mejor —mentí, incorporándome.
Miré mi reloj, era la hora a la que salía del instituto. No quería marcharme pero sabía que estaría importunando a Josep quedándome allí.
Se escuchó la campanilla y al ver que él se levantaba para atender a quien había llegado, lo seguí.
Era Gerard. Me vi atrapada entre las miradas de padre e hijo.
—Hola —lo saludé nerviosa—. Yo ya me marchaba —dije, de camino a la puerta.
—Espera, ¿podemos hablar? —Gerard se quedó donde estaba, impidiéndome el paso.
—Tengo prisa.
—Déjame que te lleve a casa.
Me detuve en seco. Busqué la mirada de Josep con la esperanza de que se opusiera, que le encargara algo a su hijo, que me salvara. Pero no me estaba mirando a mí.
—Papá... ¿te importa si te cojo el coche?
Josep rebuscó las llaves en sus bolsillos y se las lanzó, Gerard las atrapó en el aire.
—No la vuelvas a cagar.
Josep me dirigió una mirada de disculpa. No sabía si lo hacía en nombre de su hijo o por meterse en nuestra relación. En cualquier caso, no dije nada. Gerard me abrió la puerta y salió detrás de mí. La luz del sol me cegó un instante y sentí un pinchazo en el pecho, pensé que en cualquier momento mi cuerpo se desharía en arena.
Entré por la puerta del copiloto, aunque tuve la tentación de hacerlo por una de las puertas traseras, para hacerle saber que no era su acompañante.
Era muy diferente al viejo Clio de mi padre, el ambientador todavía estaba lleno y ni los asientos ni las alfombrillas tenían manchas o polvo.
—Siento mucho lo que te dije la última vez. —Gerard suspiró, tamborileó con el pulgar en el volante—. Quiero que sepas que te apoyaré decidas lo que decidas.
Sonaba ensayado. Puede que eso fuera exactamente lo que Josep le había dicho que debía decirme. Estuvo esperando una respuesta de mi parte que no llegó. Arrancó el coche y nuestro viaje se convirtió en un tenso silencio, como los que tenían mi padre y mi madre. Gerard decidió encender la radio y, molesto por encontrarse con música clásica, cambió de emisora.
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Al otro lado del silencio
General FictionSi no tenía el bebé sería considerada una asesina, pero si lo tenía sería una suicida. *** Ninguna persona debería verse obligada a tener un hijo que no quiere, eso es lo que le había dicho su novio. Lina hubiera abortado. ¿Pero cómo? Iba a ser un m...