51.- Piidi sir

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- Amelia, es de frente – informó Luisita ante la señalización estaba indicando la morena para cambiar de dirección.

- Ya, ya lo sé – respondió tranquilamente mientras disminuía la velocidad al aproximarse al cruce.

- Entonces, ¿por qué giras a la derecha? – preguntó la rubia.

- ¿No has visto el cartel de atrás?

- No – negó Luisita.

- Pues menuda copiloto llevo... – bromeó la morena. – Vamos a ver otro sitio primero y de paso, comemos por allí. ¿Te parece? – consultó Amelia mirando fugazmente a Luisita.

- Me tendré que fiar de ti – pronunció no muy convencida.

- No te queda otra – le sonrió.

- No – confirmó Luisita con una mueca.

Entre salir de la cama, preparar la maleta y otros entretenimientos, habían salido de casa bastante más tarde de lo que habían previsto en un principio y encontrar un restaurante en el que comer un día de diario cerca de las tres de la tarde no iba a ser tarea sencilla.

- Por aquí vamos a comer poco, Amelia – dijo Luisita con la vista puesta en las tierras de secano que las rodeaban. – Y más vale que no se averíe el coche, que aquí no nos encuentra nadie.

- ¿Puedes ser más dramática, cariño? – demandó entre risas la morena.

- Sí, puedo.

- Vale, pero no quiero comprobarlo – señaló. – En diez minutos estamos.

- ¿Estamos dónde? Que yo no veo civilización cercana – manifestó Luisita provocando que Amelia soltara una carcajada.

- Eso te pasa por no ir atenta a la carretera – la regañó dando unos ligeros golpecitos en su pierna. – ¿Te suena el castillo de Loarre? – interrogó finalmente.

- ¿El de El Ministerio del Tiempo? – Amelia asintió. – Sííí – respondió con tanto entusiasmo que llamó la atención de Mérida, tumbada en los asientos traseros.

- Pues ya no tienes sorpresa – confesó la morena rompiendo la magia.

- ¿Vamos ahí? – preguntó con sus enormes ojos marrones abiertos como platos y la ilusión de una niña pequeña reflejada en su cara.

- Sí – confirmó Amelia, feliz con la reacción de la rubia ante el cambio de planes. – Bueno, primero creo que vamos a comer por el pueblo si encontramos algún bar donde podamos pillar por lo menos un bocadillo y después subimos hasta allí.

- No sabía que estaba tan cerca.

- Sí. En realidad nos hemos desviado un poquito, pero ya aprovechamos antes de ir al hotel.

- ¿Has venido alguna vez? – se interesó la rubia.

- No lo recuerdo. A lo mejor de pequeña, antes de que se hiciera famoso. Desde que apareció en El Ministerio alguna vez hemos dicho de venir, pero lo hemos ido dejando.

- Jo, que guay. ¿Se podrá visitar?

- ¿Quieres ver a Leiva? – rio Amelia. – A lo mejor han hecho una reproducción de una celda para funcionarios rebeldes – bromeó trasladando la ficción a la realidad.

- A Leiva lo sacaron al final – se burló Luisita.

- Sí, y no acabó bien – lamentó la morena.

- Delante de Irene, pobrecita – dijo apenada recordando el destino de uno de los personajes de la ficción.

- ¿Era tu preferida? – demandó Amelia apartando unos segundos la vista del asfalto para ponerla en Luisita.

Sueño de una noche de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora