Capítulo 14

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Rubí

Gema estaba enferma. Había pasado toda la noche entre vomitando, quejándose del dolor de estómago, la fiebre y llorando. Yo estaba hecha un desastre. Rara vez decaía de esa forma y me ponía los nervios de punta en cada particular ocasión. Era un caos.

Su pediatra dijo que era gastroenteritis. Le pusieron suero y para la tarde ya no se sentía tan mal, pero, aun así, no dejé que Miguelito fuese a jugar con ella durante ese día. Estaba enojadísima conmigo. Se cruzaba de brazos y arrugaba el entrecejo cada vez que le decía algo. Hasta que Maca y Josefa llegaron a visitarla. Ahí se le quitó todo.

La pequeña había comida oreos con leche la semana anterior, en el departamento de Maca, y le habían gustado tanto, que ella le prometió tenerle la próxima vez que fuera. Sin embargo, decidió adelantarse y llevarle un pack de galletas ese mismo día.

—Maca, sabís que no puede comer tanto de esto.

—Pero se las puede comer de a poquito po, y cuando se sienta mejor, ¿cierto, pitufa?

Gema asintió varias veces y comenzó a dar saltitos mientras me pedía que, por favor, por favor, la dejara quedárselas. Eran cómplices astutas, sabían cómo sonreír y cómo mirarme para doblegar cualquier intento de ponerme firme con ellas actuando juntas.

—Ya, pero yo me las quedo hasta nuevo aviso —declaré.

Tomé las galletas y vi a Gema volver a cruzarse de brazos, ya no enojada, sino derrotada. Se subió a la cama y continuó viendo la misma película por tercera vez en la semana. Le encantaba, y cuando yo me quedaba viéndola con ella, me contaba todo lo que pasaba antes de que pasara, con la misma emoción de siempre, como si no la hubiésemos visto ya decenas de veces.

Jose se sentó en el sillón, tecleando rápidamente y sonriéndole a la pantalla. Había estado así por semanas. Cada vez que mi mommy se burlaba preguntándole si estaba enamorada, ella se sonrojaba y respondía que solo pasaba metida en Twitter.

Maca me siguió hasta la cocina. Guardé las galletas y comencé a prepararle una sopa a Gema. Ella se dedicó a secar y guardar la loza, aprovechando para sacarme uno y otro beso rápido en el medio. Las cocinas se habían convertido en nuestro lugar, nuestro espacio íntimo, donde nadie más podía entrar. No literalmente. Literalmente, todos podían entrar. Pero, de todos modos, lo habíamos hecho propio. Las paredes, cajones y ollas eran los mayores testigos de los abrazos por detrás, los besos robados y los susurros al oído como si todavía fuésemos adolescentes murmurando lo mucho que nos queríamos.

Terminó de guardar todo y se apoyó en el mesón a mi lado. Yo revolvía la sopa y ella miraba, pensaba. A veces deseaba poder saber lo que pasaba por su mente cuando se mantenía en silencio, entender sus pensamientos, plasmarlos con los míos y seguir en silencio, porque esa clase de paz solo se daba con esas personas, personas como ella, ella y yo. Entonces sonreía sola tras recordar que podía preguntarle, y que siempre respondía.

—¿En qué estái pensando?

—En ti —dijo—. ¿Cómo te sentís para volver?

Respiré hondo.

—Emocionada, cansada, cansada de nuevo.

Solo quedaban unos días para que Gema entrara a Kínder. Sus clases serían en la mañana, así que alcanzaba a dejarla en el colegio antes de ir a las mías y Benjamín podía pasar a recogerla en su horario de colación. Sorprendentemente y aunque me costara admitirlo, me hacía respirar tranquila tenerlo cerca, únicamente por ese motivo, por saber que contaba con él cuando se trataba de Gema. No había vuelto a hablar de Maca ni sobre nuestra relación, solo se limitaba a buscar a la pequeña, pasar tiempo con ella y traerla encantada por todos los amigos que había hecho. Se estaba adaptando al condominio donde él vivía y me asustaba, era imposible no estarlo. Tenía casi completa certeza de que se traía algo entre manos, estaba segura de lo que era, pero no podía hacer más que imaginar todos los posibles escenarios.

Siempre tú | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora