El reencuentro

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Kvothe no esperó encontrarse conmigo cuando subió al tejado. Dio un paso con cautela y cuando vio que sostenía su laúd entre mis manos se tensó por completo.

—¿Cómo has...?

Sonreí aunque él no pudo verme debido a la capucha de la túnica, que me cubría el rostro, y a la oscuridad que se cernía sobre nosotros.

—Ha sido fácil engañar a esa chalada de pelo rubio. —Observé el laúd—. Veo que por fin conseguiste uno —comenté, recordando. Alcé la vista y contemplé como él seguía con la mirada los movimientos que hacía con el instrumento—. Lo que no comprendo es como has cometido el error de dejarlo solo al ser algo tan preciado —me burlé.

—Un gran error, sin duda —respondió.

—Después de tres años sin poder tocarlo... —Pude ver como aquel dato le cogía por sorpresa.

—¿Cómo sabes que estuve tres años sin tocar uno? —Hice el amago de tocar el instrumento y él se lanzó hacia mi.

Chasqueé los dientes.

En mi mente fui escribiendo una palabra, y ante mi, entre nosotros dos, fue apareciendo aquella palabra. Era como si la escribieran sobre un lienzo invisible con suaves y delicados trazos. Cuando la palabra barrera fue totalmente visible hubo un pequeño destello en el lugar donde estaban aquellas palabras y Kvothe chocó con una barrera invisible. Reí satisfecha.

—Se que no eres una arcanista —dijo, intentando salir de su asombro—. No me explico cómo has podido hacer eso.

Di un paso hacia él.

—¿Qué más dará? Sigo con tu preciado laúd  —le recordé,lanzándolo al aire—. ¿Lo has olvidado o que? —Reí de nuevo viendo como el instrumento caía hacia el suelo. Kvothe dio un grito y volvió a chocar contra aquella barrera.

Antes de que el laúd tocara el suelo, unas letras fueron apareciendo junto al instrumento, rodeándolo y haciéndolo flotar. Cuando la palabra estuvo completa, la barrera desapareció y Kvothe se acercó hacia mi. Sonreí y el instrumento flotó hacía él. Lo cogió con recelo y me clavó la mirada. Echaba tanto de menos aquellos ojos...

—Que tonto eres —dije con un tono tierno, sin poder evitarlo. Me coloqué delante de él y le observé. Se había vuelto a quedar tenso—. Veo que todavía sigues quedándote atontado cuando se te acerca una chica, ¿eh? —Bromeé.

Él me estudió, aunque no podía verme.

—Tú voz me resulta familiar.

Yo bufé y me quité la capucha.

—¿Solo te resulta familiar? —Crucé los brazos, molesta por no reconocer mi personalidad, pero al verme, vi como sus hombros se relajaban.

Se acercó más a mi y sonrió.

—¿Selene? —preguntó—. Eres una maldita...

—¿Una maldita que? —pregunté dándole un codazo—. Podría haber roto ese laúd si hubiese querido. Te fuiste sin decirme nada. ¡Nada! Ni una nota, ni un mensaje... ¡Me enteré por Trapis, y ni siquiera sabía dónde te habías ido! —Protesté mirándole fulminante.

Me abrazó con fuerza y no pude evitar sonreír mientras apoyaba la cabeza en su hombro y le rodeaba con los brazos. Los ojos se me humedecieron y luché por no llorar.

—No creas que no lamenté no despedirme. —Me dio un cálido beso en la frente—. Te busqué y pregunté por ti, pero no te encontraba y tenía que irme. Tampoco sabía como iba a despedirme. Sabía que tú no habrías querido venir.

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