SUEÑOS ROTOS

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Capítulo I.- TREMENDO ERROR.


- Señoritas, caballeros, como les anuncié la semana pasada, hoy tenemos con nosotros a un importante empresario de hostelería de Cartagena de Indias, nacido en Francia aunque lleva ya muchos años entre nosotros y, por último y no menos importante, gran amigo mío. Recibamos con un aplauso al señor Michel Doinell.

El que ha hablado presentando al orador es el doctor Ballesteros, profesor del último curso de la carrera de Ciencias Económicas de la Universidad de Bogotá, y ha llevado a su amigo a la facultad para dar una conferencia sobre problemas prácticos que se encuentran los empresarios en la realidad del día a día.

Cuando termina se abre un turno de palabra para que los alumnos planteen sus dudas, y entre los jóvenes que preguntan está Beatriz Pinzón Solano.

El hostelero de Cartagena se fija en ella por las preguntas tan interesantes y acertadas que le ha formulado, y pide a su amigo que le presente a tan brillante alumna.

El profesor Ballesteros les presenta y el francés se queda todavía más impresionado, así que le pide el teléfono y siempre que va a Bogotá la llama con la excusa de charlar de temas económicos.

Se conocen más a fondo, surge el amor, y cuando Betty termina la carrera, se casan y se van a vivir a Cartagena, donde ella conoce el mar.

Por su parte, doña Julia se queda sola en su vieja casa del barrio de Palermo, pues a pesar de que Betty ha insistido para que se traslade con ellos a la costa, no se deja convencer alegando que qué pinta ella entre una pareja de recién casados, y que además vivirá estupendamente con su pensión de viudedad.

El joven matrimonio mantiene una relación perfecta y son muy felices salvo por una pequeña nube que nubla la absoluta dicha de Betty.

Ella desea tener hijos y Michel, no.

Después de mucho insistirle y rogarle, al fin cede, pero con una condición: esperar tres años.

- Aunque por si algo me ocurriese en ese lapso de tiempo...

- No digas eso, por favor! Le interrumpe un poco supersticiosa.

- Hay que pensar en todo, Betty. Seré previsor e iré a una clínica de técnicas reproductivas para dejar una muestra de semen, y que puedas utilizarlo y ver cumplido tu deseo de ser madre si a mí me pasase algo.

Esto satisface a Betty a pesar de parecerle que conlleva un poco de mal augurio, pero acuden a un centro de Bogotá para hacerlo y luego continúan con su feliz vida matrimonial y su trabajo en los dos florecientes restaurantes de su propiedad.

Pero un aciago día que Michel estaba, como tantas tardes, practicando su deporte favorito: el submarinismo... sufrió un terrible accidente que acabó con su vida.

Cuando él salía a la superficie después de la inmersión, coincidió con una motora que navegaba a gran velocidad y le arrolló.

El único consuelo que le quedó a Betty fue saber que no sufrió porque las heridas fueron tan graves que murió en el acto, pero cuando recibió la noticia su dolor fue insoportable, y el shock tan intenso que durante un par de meses únicamente salió de casa para ir a trabajar como un autómata y a comprar los escasísimos alimentos que consumía.

Apenas lo imprescindible para subsistir, y siempre obligándose ya que había perdido totalmente el apetito.

Pero la buena de doña Julia, que había venido a acompañarla para ayudarle a superar el trance, le insistía una y otra vez para que se alimentase.

La madre estaba desesperada viendo como su hija, antes bonita y alegre, languidecía y se había convertido en una persona triste y sombría que se había olvidado totalmente de sí misma.

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