one shot

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Los árboles de cerezo guiaban su camino a través de la desconocida calle que, curiosamente, no le causaba miedo o desconfianza.

No había nadie en el lugar, en consecuencia, no podía pedir indicaciones de dónde estaba, pero de manera inconciente sabía a dónde iba.
De pronto, un lejano susurro llamó su atención, dando prisa a sus pasos para encontrar a la persona que escuchó. Los árboles pronto se acabaron, dándole paso a una bella playa. Le sorprendió estar ahí, ya que la última vez que visitó ese lugar fue cuando era niño.

El susurro se convirtió en un claro tarareo de alguna canción infantil que provenía de una femenina voz. Una voz que no había escuchado en años.
Caminó hacia la orilla del mar, creyendo que de ahí venía el canto, sin embargo, ahora escuchaba a sus espaldas la dulce melodía. Dió media vuelta y ahí se vió, siendo un pequeño y tierno niño que jugaba en la arena con su hermano menor. Ambos estaban construyendo un castillo, su pequeño hermano traía las flores de cerezo y corales que había juntado y él se encargaba de acomodarlas.

Una vez más los cantos se hicieron presentes.

—... Mamá...— susurró conmovido al verla ahí, con ellos, siendo felices.

Hanna cantaba fragmentos de las canciones que más le gustaban a Tomoe y a Souichi, un hábito que tomó cuando alguno de ellos tenía pesadillas y debía consolarlos, un recuerdo que Souichi había guardado en lo más profundo de su mente para atesorarlo y jamás olvidarlo. Se sentía triste al volver a verla. La extrañaba mucho y le hacía mucha falta.

Comenzó a correr para llegar a ella y abrazarla con fuerza, quería besar sus mejillas y sentir de nuevo su calor, quería sentir sus suaves manos tocarle espalda, correspondiendo a su abrazo. Quería escucharla hablar de nuevo y verla sonreír de cerca, esa bella sonrisa que jamás quería olvidar, esa que lo hacía sentir en calma. Nunca dejaría de amar a su madre, que fue su todo y su partida amargó su vida por mucho tiempo.

Sin embargo, por más que corría, no podia avanzar, sus ojos se volvieron borrosos ante las lágrimas acumuladas y los jadeos no le dejaban respirar. Calló en la arena, rindiéndose ante el dolor.

— Mamá... Te extraño...— susurró entre sollozos dejando que sus tristes penas salieran a través de sus llantos.
Levantó la mirada para volver a verla, aunque sea de lejos. Siempre fue bella pese a que su fleco cubría un poco su rostro. Ella estaba jugando con los dos, poniéndoles varias flores de cerezo en el cabello y ellos hicieron lo mismo, enredando pétalos en la cabellera de su madre. Souichi sonrió al verlos. Se apoyó sobre sus rodillas para secar sus lágrimas con la manga de la playera que llevaba puesta.

Escuchaba las risas y el mar, sentía la arena entre sus manos y el agua en sus mejillas. Suspiró aliviado, levantándose para verla nuevo. Hanna parecía observarlo, pero no estaba seguro de nada, ella le dedicó una dulce sonrisa y él la devolvió sin darse cuenta.

De repente, Hanna se levantó y comenzó a caminar hacía él. Cada paso que daba podía escucharlo, provocándole escalofríos en todo el cuerpo y haciéndolo llorar otra vez. No sabía qué pasaba, pero incluso podía oler su fragancia cada vez con más intensidad.

Souichi...— le escuchó decir. Su tierna voz lo obligó a levantar la mirada, encontrándose con sus bellos ojos cafés. El recuerdo de su voz lo lastimaba. Souichi ocultó su rostro entre sus manos, sin dejar de llorar, repitiéndose en voz baja «la extraño, te amo, no te vayas» deseando que no fuera una ilusión.

Apartó sus manos para volver a verla, tan feliz y radiante como siempre fue pero, a cada paso que ella daba su estatura disminuía; su ropa cambiaba a una más infantil y su voz se volvió más tierna. Para cuando estaba frente a él, ella se había transformado en su pequeña hermana.

PesadillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora